miércoles, 2 de diciembre de 2015

Album de fotos (19)



1 de diciembre de 2015

Hoy el objetivo es la Glorieta de Emilio Castelar, en plena Castellana, el monumento que hay en su rotonda central. Y lo tendrá que ser mañana y pasado también, porque se trata de un grupo escultórico que no puede entenderse desde un solo punto de vista. Erigido por suscripción popular en los inicios del siglo XX, fue esculpido por Mariano Benlliure, uno de los pocos genios de la escultura que dejaron su impronta en Madrid. El ayuntamiento organizó no hace muchos años y con motivo de algún centenario relacionado con el autor, aunque no sé cual, porque las fechas de su nacimiento y muerte no me coinciden, unos itinerarios por la ciudad para contemplar hasta 23 obras de este artista dispersas por Madrid, entre las que el monumento a Emilio Castelar imagino que sería uno de los platos fuertes, junto al monumento a Alfonso XIII junto al estanque del Retiro.

A paso vivo alcanzo en menos de un cuarto de hora la Castellana a la altura del paso elevado de Joaquín Costa. Camino por la avenida bordeando Los Nuevos Ministerios, entreteniéndome en fotografíar los enormes pinos piñoneros que ocupan las zonas ajardinadas del centro de la acera, hasta que llego a la Plaza de San Juan de La Cruz. Un poco más allá me detengo en la sede del CESEDEN, el Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional, un lugar donde imagino que juegan a los juegos de guerra los generales y jefes del estado mayor. Es un edificio de labrillo muy vistoso con una impresionante fachada principal. Es otra muestra del quehacer en el Barrio de Chamberí de Ricardo Velázquez Bosco, el autor del edificio de la Escuela de Ingenieros de Minas, en Ríos Rosas, y que está a unos escasos diez minutos de este otro. Me cuesta encajar la portada en el encuadre. Al final opto por la imagen en vertical aunque le quede flequillo a la imagen por las hojas de las acacias del bulevar de La Castellana. Trato de encontrar el aire de familia de este edificio con otros que conozco de este arquitecto, sin excesivo resultado. Me falta sensibilidad para este arte, aunque al menos se detectar la calidad, más o menos, cuando la tengo delante. La mezcla de estilos -los manueales dicn que Velázquez Bosco era ecléptico- y materiales, de ladrillo y piedra, granito gris para la escalinata, piedra blanca para el resto de elementos incrustados en los paramentos verticales, me gusta. Echo en falta tener más vocabulario de arquitectura para poder indicar lo que más me llama la atención de lo que veo, esos abornos blancos, que no sé si están hechos con piedra caliza o mármol, contrastando vivamente con el rojo salmón de la cerámica del ladrillo. La fachada tiene elegancia y sobriedad, cierta contención en los adornos y arabescos que se agradece, sin renunciar no obstante a tratar de ser vistosa. El edificio se acabó de construir el año del desastre nacional, en 1898, e iba a ser en principio la sede del Colegio de Sordomudos y Ciegos.

En el tramo que va desde la Plaza de San Juan de la Cruz hasta la Glorieta de Emilio Castelar me dedico a fotografiar fachadas de hoteles de lujo. Veo al menos tres ene ste trayecto, entre ellos el Miguel Ángel, en el arranque de la calle del mismo nombre, uno de los 5 estrellas de la ciudad con más solera, quizá algo venido a menos en los últimos tiempos ante tanta competencia nueva, pero que en el siglo pasado se codeaba con el Ritz y El Palace sin excesivos problemas. Trato de sacar en las fotografías el máximo trozo de cielo, aun a sabiendas de que mi falta de pericia y la poca calidad de la cámara no le hará justicia aunque se sea claramente. Estos días de inicios de invierno los cielos de Madrid hacen honor a su fama. La alcaldesa restringe la movilidad al tráfico rodado con la excusa de la contaminación -hace semanas que no llueve- pero la luz del sol nos regala vetas blancas sacaroideas, como de mármol, entre una masa pétrea azul desvaída, como si el cielo fuera una roca volcánica de color y belleza imposibles. Cirros que difumina el viento de altura, que apenas se mueven, cuya quietud indica la ausencia de frentes borrascosos en el inmediato futuro. Y sin embargo llevo todo el día sintiendo la artritis en la mano derecha, síntoma de que algo se prepara de aquí a cuatro días, mi horizonte de sucesos. No debería dejarlo por escrito, que luego alguien me echerá en cara el fallo en el vaticinio, pero, a fin e cuentas, ¿quien lee esto?


Al fin llego a Emilio Castelar y allí me dedico a fotografiar el grupo escultórico del centro de la glorieta desde todos los ángulos posibles de ataque, manejando un poco de zoom porque la distancia desde las diversas islatas en las que me posiciono quizá sea algo excesiva para apreciar los detalles del monumento. Sé que solo podré elegir una fotografía. A pesar de ello tomo una docena larga de imágenes. La que elijo mentalmente mientras regreso a casa es la que muestra de frente al político homenajeado por Benlliure. Se alza en pie entre dos filas de escaños del Congreso para dar su parecer al hemiciclo sobre algún asunto, o tal vez para replicar a un contrincante político. Tiene el brazo levantado y parece señalar con el índice el cielo, como si quisiera decir que su argumento, el que acaba de exponer, está respaldado por las más altas instancias. A sus pies hay una alegoría de la verdad, mostrada como una venus desnuda, esculpida en mármol, en el mismo material que están moldeados los cirros. Es una verdad provocatica, incitadora, concupiscente. Un adjetivo éste último que me apetecía mucho usar por haberlo leído hasta en tres lecturas muy diferentes estos días y haberseme antojado su uso. Una de ellas una una necrológica del ABC, aunque suene raro -el obituario del dibujante Íñigo, el autor de la tiras cómicas "Lolita" y "Marta y María"-, otra la novela de Gore Vidal que acabo de iniciar. Arriba del todo, en bronce, como el político, pueden verse las tres gracias clásicas, las de Rubens y Cánova, aunque transmutadas en el lema de la enseña de Francia: Libertad, Igualdad y fraternidad. El resto de elementos del grupo escultórico quedan ocultos a la vista, tendré que venir mañana y pasado para reflejarlos en el album. Malditas sean las reglas que yo mismo me impuesto. Pero, mira, a lo tonto a lo tonto no he pensado en nada que no sea en hacer mero turismo en los 90 minutos de paseo. Objetivo principal conseguido.



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