sábado, 3 de enero de 2015

El Fútbol y sus aledaños (174) - Paisaje después de la batalla (11) - El desierto de los tártaros

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Paisaje después de la batalla (11) - El desierto de los tártaros

Lo que vino después fue un paisaje desolado, calmo y yermo, donde el tiempo se recostaba para echar la siesta y el silencio bostezaba perezoso sin emitir un solo sonido. Como el oficial Giovanni Drogo de "El desierto de los tártaros", la novela de Buzzati, mi vida imaginaria en Twitter se convirtió en una larga espera de un acontecimiento que nunca acababa de producirse. Siempre avistando el horizonte desde detrás de las almenas de mi fortaleza esperando a ver avanzar al enemigo, temiendo a su irrupción inesperada y aun más a su demora. Enrocado en mis razones, desde la estéril certeza que da tener una verdad que a nadie importa, los días empezaron a parecerse unos a otros por lo que resulté igual de fácil presa para la melancolía que el oficial Drogo. Si antes de mi amenaza a los primaveros mi Time Line bullía como un caldero al fuego, tras proferirla la quietud se adueñó de todo. Mis artículos dejaron de interesar. En realidad la afluencia inicial al blog era la misma, pero sin la repercusión que daban los RTs a mis anuncios y los comentarios elogiosos, dejaron de producirse las segundas y terceras oleadas, el efecto dominó que es el que engorda las estadísticas de visitas. Dejé de ser un fenómeno viral a pequeña escala. Bastó como vacuna para eso con la omertá impuesta en torno a mi persona por Primavera Blanca. Y tan espesa resultó ser la niebla que cayó sobre mí que en vez de estrategia calculada pareció un fenómeno genuinamente meteorológico. Si había dejado de interesar mi opinión, lo que tuviera que decir, la lógica conclusión fue pensar que quizá no lo había hecho nunca. Pero era solo un silencio artificial. Tiempo después, en las Navidades de 2013 y en el arranque de 2014 se produjo una avalancha de entradas en el blog como consecuencia de la publicación de la captura del foro de debate de Primavera Blanca, ya a las claras, con su página específica y bien publicitada. Las entradas se contaron por docenas ya  veces cientos todos los días de aquel invierno, con la anómala situación de que no se producían RTs, siquiera favs. No fuera a ser, supongo, que la policía del pensamiento anotara nombres. Todo el mundo leyó la entrada pero a nadie le inspiró un solo tuit. Se tardaron casi doce meses en leerse los primeros comentarios. Raro, ¿a que sí? Para mí lo fue. Y aun hay quien me discute ahora que Primavera Blanca reinaba entonces sobre el madridismo tuitero.

El reverso de la moneda fue la impunidad que el silencio me trajo. Por primera vez, desde que empecé a opinar de fútbol, podía disparar desde lo más alto de mi atalaya sin miedo a ser contestado por el fuego enemigo. Es un fenómeno que luego he visto suceder en otros y que en mí obró el mismo efecto: Una sensación de euforia, de indestructibilidad, que incitaba a ser temerario, a añadir una coda más, y luego otra, a todo zasca propinado. Que el enemigo se demorase eternamente en acudir a su cita conmigo dejó de ser algo frustrante para convertirse en un arma, en un escudo impenetrable. Podía decir lo que quisiera en Twitter sin temor a la réplica. Quizá, en todo caso, si por simpatizantes incontrolados o por terceros no implicados en la guerra y que no sabían muy bien a que me refería cuando denunciaba algo y se quejaban de lo que creían que era una manía persecutoria mía. Y algo de eso habría, probablemente. Transgredir el tabú autoimpuesto por el madridismo a hablar de Primavera Blanca se convirtió casi en un vicio secreto, que a veces disfrutaba con delectación de gourmet. Sentía incluso colocón al referirme a ellos. Podía criticar, poner peros a sus actuaciones u opiniones sin temor a levantar ninguna polvareda. En realidad era energía derrochada de forma fútil. En ausencia de corrientes de viento en la atmósfera el polvo se posaba igual de rápido en torno a mí que lo hace en los parajes de la Luna. El paisaje desértico cristalizó en un paisaje lunar cuajado de negrura y estrellas. ¿Dónde estaba la policía del pensamiento, las hordas de tártaros? Detrás de la línea del horizonte rizada por las dunas y los cráteres de impactos ocurridos hacía siglos. Oculto pero acechando, eso lo tenía claro, pero tan aparentemente ausente de la realidad como todo lo que se sueña o aquello que la locura te hace creer que ha sucedido. Solo los unfollows que fueron cayendo cual chirimiri me indicaba que algo al fin y al cabo si estaba sucediendo. Abandonaron mi compañía el señor presidente y todos los que ahora son vocales en la actual junta de Primavera Blanca. Algunos casos fueron curiosos. La autodenominada como Puta Banda, no sé si lo he contado ya, aquellos de entre ellos que me seguían, dejaron de hacerlo todos el mismo día, todos a una, con igual precisión que la de los integrantes de un ballet ruso ejecutan un paso de baile conjunto. Los pude ver marchar de mi TL con las manos entrelazadas, caminando en puntas, formando una fila perfectamente alineada con el fondo del escenario.

Pere no todo fue tiempo perdido en aquellas guardias. El silencio me ayudó a reflexionar sobre el madridismo que yo practicaba, a darme cuenta de que era profundamente erróneo. Ahora no parece tener relación, tras renegar Primavera Blanca de todos sus ideales iniciales -Mourinhismo, anti-florentinismo, pensamiento crítico con el poder imperante- parece casi otro debate, pero en aquellos tiempos Mou era uno de los principales banderines de enganche de la asociación. La meritocracia ha devenido en morriñismo al decir de su gran líder. Como un residuo más del mourinnhismo frustrado, Primavera Blanca surgió del rencor, del cabreo, y bien es sabido que desde la indignación no se puede construir nada que pueda mantenerse en pie por mucho tiempo, todo lo más se pueden derribar las estructuras existentes, pero que al venirse abajo llenan el terreno de escombros y complican la construcción de los cimientos para lo que se quiera traer nuevo. La reivindicación permanente, el recuento e agravios equivale a mirar siempre hacia atrás, a perdere de vista donde esta el futuro. Un día me di cuenta que entre esos escombros estaba buena parte de los ídolos de mi juventud. Vale que Valdano es un peligrosísimo activista anti-madridista, pero fue el 9 del mejor Real Madrid que yo jamás haya visto hasta comtemplar este que dirige con mano firme pero abierta Carlo Ancelotti. Vale que Sanchís adormece a las piedras como comentarista de fútbol ya veces su aparentente apatía y su apatía parece restarle compromiso con los suyos, con los blancos, pero con él se concretó la primera dinastía madridista en la Champions. Vale que Michel muere siempre como entrenador por la misma parte de su anatomía por la que lo hace el pez, ya le pasaba cuando era futbolista, pero lo que dice a la prensa a menudo es atinado. ¿Había miedo a que pudiera ser una alternativa para el entrenador portugués, incluso ser capaz de ofrecer un espectáculo mejor en sala de prensa? Me di cuenta de que bríos mourinhistas no dejábamos títere con cabeza. Además de poner el riesgo el ojo de alguno, seguir la dirección que indicaba el dedo de Mourinho obligaba a medio plazo a renegar de todo el mundo que estaba en nuestro bando: 1) A renegar de los ex-jugadores, incluso los más laureados; 2) A renegar también de los integrantes del actual banquillo. Media plantilla había sido declarada como enemiga del movimiento absolutista luso y había hambre de que rodaran cabezas. Cabezas algunas que son precisamente las que nos han traído la Décima. Algunas de forma metafórica, como las de Pepe, Carvajal o Marcelo, tan exageradamente voluminosa la suya ahora con ese look a lo afro. Otras, como la de Ramos, de forma literal; 3) A renegar incluso de todos los hermanos de fé que no repitieran como loritos las mismas consignas que voceaban los centuriones de la banda. En aquellos tiempos todo el estadio era sospechoso de no se sabía bien qué. "Hay que quemar el Bernabéu con todas las gradas llenas", era uno de los chistes más repetidos. Solo a Ultra Sur se la salvaba de arder en la pira. Por su entusiasmo y por su ubicación estratégica allí donde se fraguan los objetivos no explícitos. Fue en aquellos tiempos desterrado en la fortaleza asediada por los tártaros, cuando empecé a prestar atención a eso que el buen madridista, el que todo lo sabe y tiene vocación lectiva, denomina piperío.

Un día de no recuerdo que mes o estación, pero ya pasada la primavera, abriendo conversaciones en Twitter reparé en una que me llamó poderosamente la atención. No por los temas tratados, que en verdad no recuerdo, imagino que eran los mismos de siempre -canonización de Mou versus destitución-, sino por el tono que empleaban los debatientes, en especial desde una trinchera. Un tuit del @ComitéNYB me despertó de repente de un marasmo de meses. Le recomendaba a un tuitero que usa como nick el nombre completo de un antiguo entrenador balcánico del Real Madrid, que añadiera viagra al cognac. El argumento de peso que esgrimían los ideólogos de Primavera Blanca personados en la discusión para rebatir a sus contrarios era la edad de uno de los rivales, como si Hernández Coronado o el haceor de El Radio acabaran justo de completar el instituto. La tanda de menosprecios y faltas de respeto que estaba teniendo que soportar el admirador de quien dijo aquello de "fútbol es fútbol", al tiempo que me revolvió las tripas me devolvió a una realidad que llevaba meses ocultándome el horizonte: los tártaros seguían allí mismo, a una sola apertura de tuit de mí. Evidencia que además arrojó una conclusión que me hizo sentir avergonzado: mi impunidad la estaban costeando otras personas. Las ansías de gresca, de arrasar los poblados de la frontera, de eliminar a todo aquel que hable otra lengua distinta a la suya, que caracteriza al pueblo tártaro, se estaban saciando a costa de otros. Yo bien que podía permanecer cómodamente refugiado tras los muros de la fortaleza Bastiani, que la rapacidad primaveral la habrían de soportar gente que ni siquiera conocía. Piperos y disidentes sobre todo. Yo tenía mi salvoconducto hacia la tranquilidad colgado en una página de mi blog. Estoy por pensar que el cognac me lo acabé tomándomelo yo y que mi ética experimentó su primera erección en muchos meses.

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