viernes, 9 de mayo de 2014

El Fútbol y sus aldaños (157) - Askaris

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Khedira ante el reto del balón
Diego Torres
El País - Madrid - 24/09/2013

El banquillo visitante del Turk Telekom Arena contuvo la respiración cuando Pepe le pasó la pelota a Khedira y el alemán hizo un control defectuoso. La pelota rebotó contra su pie derecho como si golpeara un objeto inanimado y Yilmaz se la llevó frente a la cabeza del área del Madrid. El Galatasaray había salido a apretar arriba, el martes pasado en Estambul, en la primera jornada de Champions. Era la segunda vez que Khedira se ofrecía a sus centrales y su control se le iba largo. Era la segunda vez que Carlo Ancelotti se revolvía inquieto en el banquillo, sobresaltado entre Paul Clement y Zinedine Zidane, sus ayudantes. El movimiento fue tan llamativo que los suplentes repararon en el tic nervioso del entrenador. El gesto que más llama la atención a los jugadores, que dicen que cuando el técnico se sorprende por algo siempre levanta la ceja izquierda. Esa noche la ceja traspasó todos los límites conocidos. “¡La ceja le llegó al flequillo!”, observaron los futbolistas en los chascarrillos del viaje de regreso.

Las desventuras de Khedira sintetizan los desvelos del técnico italiano por amalgamar un equipo que elabore más las jugadas y supere el fútbol directo del anterior mánager, José Mourinho.

Khedira es un muy buen medio centro pero durante años Mourinho le asignó una misión muy específica. El portugués le advertía de que no debía ofrecerse para iniciar las jugadas. Pretendía que Xabi o los centrales salieran en largo y que él recorriera 50 metros para ir a buscar el rechace, la llegada, la segunda jugada, la arremetida. Si el balón caía en poder del contrario Mourinho le exigía que fuera el primero en presionar arriba, y si su pressing resultaba infructuoso, que emprendiera el regreso a toda velocidad. Muchas labores atléticas pero nada que se relacionara con la administración de la pelota. Nada de pedirla a los centrales. Nada de lo que ahora le resulta tan poco familiar.

Ancelotti, que fue medio centro, y de los buenos, considera que es deber de todo volante central ofrecerse a los defensas para dar salida al juego. De otro modo es imposible que un equipo pueda elaborar las jugadas con un mínimo de claridad. En el Milan de Ancelotti, esta función también la interpretó Gennaro Gatusso, aunque probablemente fuera el menos dotado técnicamente de aquella plantilla.

“Khedira puede jugar en los dos puestos del medio para dar más equilibrio”, dijo ayer Ancelotti. “Porque con Isco y Di María en las bandas es importante tener dos medios que defiendan. A Khedira le gusta mucho correr, jugar más adelantado, pero a mí me gusta tener más control del medio campo”.

Constatada la estupefacción de Khedira en Estambul, el técnico le mandó intercambiarse las funciones con Modric, el otro medio centro. Modric, que hasta entonces había gravitado más arriba, se situó por delante de los centrales para dar firmeza al primer pase.

En una plantilla raquítica de centrocampistas puros, Illarramendi y Khedira son imprescindibles. Ancelotti los aprecia a ambos: al vasco por su técnica y al alemán por su regularidad. Pero también les ve defectos: Illarra se despista y Khedira necesita acostumbrarse al balón.

Askaris

La anécdota llevaba rondándome la cabeza hace semanas, necesitaba refrescar su recuerdo. La conocí por Javier Reverte en su "El sueño de África", libro de viajes a ratos, en otros libro de historia, sobre la leyenda blanca en el continente negro, sobre la huella que los exploradores europeos dejaron en la historia local y en el acervo colectivo. Dediqué toda la mañana del viernes pasado a buscar el ejemplar que compré en el VIPS de Orense hace ya casi veinte años. Ediciones Anaya & Mario Muchnik, lomo blanco, como el sueño que describe. Lo encontré en el último lugar que busqué, como ocurre casi siempre, cuando empezaba a desesperar. Tres pilas de libros una detrás de otra al fondo de un armario ropero. Debía de llevar ahí más de una década, quizás desde que lo compré. A saborear la lectura del capítulo dedicado a la semblanza del coronel von Lettow destiné varios ratos perdidos el fin de semana, demorando la llegada de la anécdota más de la cuenta. Demorar los placeres es un vicio del que es difícil desprenderse. Cuando al fin me topé con ella en una de las últimas páginas me sorprendió que apenas fueran tres líneas. La recordaba con más detalles, con más elementos adornándola y dándole colorido. Mi memoria la había cuajado de matices que la dotaban de una mayor emotividad. Quizá es el recuerdo que poco a poco engrandece las cosas, o que estaba contaminada con elementos capturados de otras fuentes. La anécdota ofrece un ejemplo conmovedor, emocionante, de lo que es el espíritu de cuerpo, algo que es torna a veces indestructible, que explica porque es tan difícil salirse de la disciplina y el cobijo que ofrece el grupo, los camaradas, la unidad a la que pertenecemos por voluntad propia, por ideales o por la unión que posibilitan los vínculos personales. Los lazos de sangre son para siempre. Quien no haya marchado marcando el paso integrado dentro de una compañía de soldados no puede entenderlo, quien no haya jugado por iniciativa de su cabo primero a machacar el pavimento del patio de armas para llamar la atención de todo un cuartel, "Son las ocho de la mañana de un precioso domingo, señores, vamos a recordarles a los perezosos que en un cuartel militar no se duerme a estas horas. Y si uno de ellos es el puto comandante del puesto, pues cojonudo. Vamos a decirles que aquí estamos nosotros, que somos capaces de hacer temblar el suelo con nuestros pasos, tan sincronizados que parecen todos uno que es la suma de todos"

Muchos años después de acabada la primera Guerra Mundial, incluso después de concluir la segunda, el gobierno alemán decidió homenajear y otorgar una recompensa económica en forma de pensión a los antiguos combatientes africanos que sirvieron bajo su bandera durante la primera conflagración mundial. Eran nativos encuadrados en la unidad denominada  Schutztruppe, fuerza militar comandada por von Letow, y formada por oficiales alemanes, todos veteranos de innumerables contiendas, y por soldados del país, los askaris, palabra Swahili que significa sencillamente guerrero. Entonces, el territorio que una vez había sido alemán estaba bajo la supervisión de Gran Bretaña, la gran vencedora de la primera de las guerras, aunque hubiera tenido que ceder buena parte de su imperio y su lidrazgo en el mundo al gran vencedor de la segunda, los EE.UU. Alemania tramitó la petición a través de su embajada en Londres y el gobierno local en Tanzania decidió colocar en los medios de comunicación anuncios de la convocatoria. Al lugar y en la hora citada acudió un tropel de ancianos negros. ¿Cómo podían saber los funcionarios alemanes encargados de tramitar las pagas quienes de aquellos viejecillos enérgicos eran realmente de la antigua tropa que sirvió bajo el reinado del Kaiser Guillermo II? Fácil, uno de ellos, un oficial, se adelantó y empezó a ladrar órdenes militares sencillas en Swahili: "En sus puestos, firmes... aarrr... Presenten... aaarrrmas". Aquellos que obedecieron, casi todos, porque el engaño es más un arte del hombre blanco, eran efectivamente miembros de aquel ejército legendario que jamás perdió una batalla.

Un año después de la marcha de Mourinho, mucha de la tropa que sirvió bajo sus órdenes, que hizo de sus ideales y sus modos los suyos, aun conserva los atavismo del grupo, los tics que distinguieron lo que entonces se denominaba Yihad y ahora se nombra con otros eufemismos, más del gusto de sus adalides y caciques. Sorprende tanto revuelo por el uso que algunos hacemos aun de ese término, que se considera sinónimo de terrorismo y, por tanto, infamante, y el fervor con el que se aplaude la utilización de consignas y vocablos acuñados por la mafia y popularizados en las películas de Coppola y Scorsese. Ciertamente este grupo delictivo está más cerca en sus modos, propios del mundo del hampa, que el islamista. Quizá demasiado, lo suficiente como para que sorprenda que no haya protestas y rechazo también por su uso. El enemigo común podría seguir siendo la prensa si no hubiera que estar casi todo el tiempo repeliendo el ataque de la tribu madridista vecina. Es seguro que algunos ya no reaccionaríamos a la orden de firmes. Cada vez menos. La disidencia crece y empieza a desbordar a los funcionarios repartidos por Twitter para hacer valer las consignas de los líderes. El madridismo se resquebraja y es porque alguien ha querido meterlo en cintura, atarlo todo junto como quien ata una gavilla de heno o paja. Y ese no ha sido Mou, que él decía lo que le parecía, muchas veces acertado, incluso necesario, otras no, pero que no miraba hacia atrás para ver cuantos le seguían, si había creado doctrina, para comprobar cuantos followers nuevos tenía tras cada arenga. El indudable legado de Mourinho, cuya valía puede discutirse -faltaría más tener que pedir permiso para rebatir lo que a uno le parezca- lo están gestionando diversos caciques locales de internet que están pervirtiendo el ideal y hasta empezando a hacer odioso al personaje. Hay prensa de mantel lo mismo que hay tuiteros también de mantel, que a veces cenan en la Latina con quienes no deberían si es que luego pretenden dar lecciones de moral a los integrantes del vestuario madridista.

Haber sido un khedirista de primera hora es un mérito que no estoy muy seguro de que convenga exhibir. Más dado a apreciar a los jugadores del Real Madrid que a buscarle cosas que reprocharles cuando llegan las derrotas, me molestaba sobremanera la poca consideración que le tenía a este jugador la prensa y la propia afición. Khedira era un medio defensivo que apenas robaba balones, y había aquí un dato que era difícil de rebatir, casi un jaque mate. En aquel entonces decidí averiguar cuales eran las cualidades al alemán, y no fue fácil, porque hube de buscar en aquellos lugares del juego donde no estaba el balón. Tampoco desentonaba cuando los frecuentaba. Capaz de ejecutar pases sencillos, el hilo de la jugada no solía cercenarse en sus pies. Pero era cierto que en el uno contra uno poca veces arrebataba el balón al rival. Su fuerte era buscar el punto débil de su propio equipo, los puntos del entramado defensivo más faltos de efectivos, en riesgo de quebrarse, a veces en la banda contraria en la que discurría el ataque rival. Si era sobrepasado volvía a interponerse entre el contrario y la portería propia, ya le hicieran dos caños seguidos seguía porfiando, trotando de un lado a otro del campo en una actividad incesante, nunca explosiva, pero si constante. Tanto esfuerzo merecía algo más que la burla de propios y extraños y no recuerdo si lo defendí de sus detractores lo suficiente, creo que no, porque el apelativo de khediristas se lo acabaron apropiando otros que se embarcaron en plena travesía cuando Khedira comenzó a ser valorado en su justa valía. Mala suerte, pero no será por falta jugadores a los que defender de la maledicencia madridista.

Khedira le daba un equilibrio al Real Madrid de Mourinho que sin duda le falta al de Ancelotti. Y puede que la clave esté en lo que apunta el novelista de El País en su artículo. Queriendo aprobar la asignatura del balón tal vez esté abocando a que el Real Madrid suspenda en lo colectivo en la asignatura de la defensa. Tan ocupado se le ve a Khedira, seguramente cumpliendo las órdenes recibidas, ya que se trata de un askari disciplinado y obediente, en formar parte del juego de su equipo, tan cerca del balón se le ve últimamente a menudo, tratando de aportar en la tarea de acercarlo a donde comienza lo decisivo en ataque, que aquellas lagunas en el entramado defensivo que antes lograba desecar el sólo son su correr trotón de caballo percherón, ahora inundan el césped y acaban vertiendo hacia abajo, hacia el área de Diego López. Todo esto no es más que conjetura. No tengo muy claro que lo que diga tenga sentido, que ayude a explicar las carencias mostradas por el equipo en lo que va de temporada, y mucho menos a buscarles remedio. Dar una opinión últimamente se ha convertido en un ejercicio de buscar culpables, y en lo que digo parece que señale algunos, sobre todo al técnico, y eludo la responsabilidad de los principales favoritos para cabezas de turco: los centrales y el lateral canterano. Torres ridiculiza al jugador, el modo en que el empleaba Mourinho: Para "Muchas labores atléticas pero nada que se relacionara con la administración de la pelota", pero, al margen del tono, tal vez acierte en el fondo de la cuestión. Lo cierto es que cada vez se le ve más cerca del balón, más implicado en la tarea de hacerlo llegar al territorio en que Isco o Di María deben decidir el último o penúltimo pase, y no lo hace mal, pero se le hecha en falta su capacidad para dar cohesión al equipo. Y si a eso añadimos que los rivales prefieren invertir sus recursos defensivos en detener a jugadores con más creatividad y talento que él, también se resiente el ataque. Contrasta el que Khedira suela tener vía libre para conectar con los destinatarios de sus pases con las dificultades con las que suele enfrentarse Isco para darle sentido a sus jugadas. Normalmente necesita un caño o alguna otra floritura para encontrar esa vía de conexión. Pero, suponiendo que lo que propongo y apunta Torres sea acertado, ¿se equivoca Ancelotti en su empeño? Quizá una vez alcance su objetivo, que Khedira cumpla a la perfección la tarea nueva que le encomienda, el juego del equipo mejore, de un salto de calidad. Es tan poco lo que sé de fútbol y tanto lo que sabe el italiano que me cuesta dar crédito a mi propia propuesta. Lo que si está claro es que el problema no es de actitud. Ojalá. El Real Madrid la puso tras un mal comienzo en el derbi y, ni con esas, logró equilibrar el marcador, solo aceptar la guerra de trincheras que le propuso el Atlético para que cada cual se quedara con lo ya conquistado, los colchoneros un gol y los blancos su primera derrota del campeonato

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Cuando von Letow se hizo cargo de la Schutztruppe la guerra ya estaba sentenciada en el rincón del mundo que habitaba. En evidente inferioridad de medios y personal, completamente aislado de Berlín y con un territorio que tener que defender que excedía sus recursos, la misión era del todo imposible. A pesar de ello su triunfo más fulgurante llegó en su primer enfrentamiento con los ingleses, liderados por el general Aitken. Con un fuerza ocho veces superior a la que disponía von Letow, el mando inglés quiso dar carpetazo a la contienda en África nada más iniciarla con un desembarco en la ciudad Tanga, en la actual Tanzania. Un golpe de mano que tenía como objetivo cerrar en frente africano para siempre. Pero los ocho mil expedicionarios anglo indios fueron durante repelidos por una tropa alemana netamente inferior en número. Si la victoria fue sorprendente, casi milagrosa, más singular aun  fue la lectura que von Letow extrajo de ella. Había vencido, es cierto, pero a un alto coste. Los ingleses se repusieron rápidamente del descalabro con nuevos reemplazos y suministros, pero él sabía que los caídos en la batalla, sus askaris y oficiales, eran del todo irreemplazables. Sabedor de la valía de su soldados, von Letow no volvió a arriesgar sus vidas en el resto de la guerra. Fue aquella contienda casi una disputa entre caballeros. Von Letow y el sucesor de Aitken, Smuts, libraron una guerra que si no hubiera mediado bajas personales, y muchas, se podría haber calificado como de civilizada y respetuosa. Ambos generales habían sido compañeros en la guerra de los Boers, en Sudáfrica, contra el Imperio Británico. Ahora, en bandos enfrentados, mantuvieron el espíritu de camaradería que una vez les uniera. Cuando le sea concedida la Cruz de Hierro por el alto mando en Berlín, la condecoración podrá llegar al campamento alemán gracias a la deferencia de los ingleses que permiten paso franco a la comitiva que la transporta, hasta un von Letow sin líneas de comunicación y abastecimiento que le conecten con la metrópoli. Distinción muy merecida porque von Letow entregará las armas a sus oponentes cuando tenga que rendirse cuatro años después de los sucesos acaecidos en Tanga sin haber sido derrotado ni una sola vez por sus oponentes, después de haberse salido con la suya en todos los propósitos que se hubo fijado y ahorrando vidas entre los suyos y el enemigo. No debe extrañar la devoción de aquellos ancianos negros décadas después. Mientras atendían todos a una las órdenes proferidas en Alemán, les debió invadir el mismo sentimiento de pertenencia a un cuerpo, el mismo sprit du corps que supo imprimir a sus tropas von Letow. El espíritu de hermandas si es cierto nunca muere, ni siquiera envejece.

Si hubo un tiempo en que el Real Madrid se enfrentó a una situación adversa fue la década de los setenta y buena parte de los ochenta. En evidente inferioridad con los equipos punteros del continente, con una tropa nativa voluntariosa, abnegada, habituada a brega, pero escasa casi siempre de talento futbolístico, Bernabéu pareció abrazar las tesis de von Letow: tropa disciplinada con oficialidad alemana. Quizá el mejor exponente de esta estrategia, más incluso que el siempre dicharachero Breitner -quizá ya no ría tanto ahora cuando escuche mentar al Real Madrid tras el repaso que le dio a su Bayern-, sea Stielike. Más que oficial alemán se diría que fue un soldado africano, por su dureza, por su capacidad de agarrarse al terreno y defenderlo con su vida. Un askari más entre tropa nativa con apellidos castellanos. Uli lideró al Madrid de los García que disputo la final de la Copa de Europa de 1981. ¿Cual era el talento de este jugador? Sin duda hacer lo que en cada momento debía hacerse, ya fuera fortalecer el medio campo, defender con denuedo o atacar la portería contraria cuando se estaba en desventaja en el marcador. No es que fuera un goleador, es que si nadie más acertaba a marcar y hacía falta el gol él mismo se encargaba de la tarea. Aquel tipo era ciertamente singular. Odiaba la derrota. Es famosa la anécdota de la entrevista en la víspera de un partido que iba a decidir una liga, en campo enemigo, en el del rival que le disputaba al Real Madrid el título. La habré contado mil veces. Le bastaba al equipo merengue con un empate para sentenciar el torneo, y así se lo indicó el periodista de TVE1. "¿Van a salir a defender el empate?". La respuesta aun resuena en mi cabeza tras todos estos años. Miró Uli al entrevistador con una expresión de evidente fastidio, de hastío incluso. La que se tiene cuando se ha de explicar lo que es obvio y no debería plantear dudas. Contestó lacónico con cara de pocos amigos: "Yo siempre que me ato las botas es para ganar". Carácter, intolerancia a la derrota, profesionalidad. Siempre me ha extrañado que el Mourinhismo no reivindicase su figura, que explica casi un tercio de las ligas ganadas por el Real Madrid, con un estilo además que hubiera hecho las delicias del entrenador portugués.

Askari por temperamento es también Khedira, más afable quizá que Uli, seducido por las mujeres de pelo rubio, como requiere el tópico respecto a los indígenas. Es un soldado raso, aunque Ancelotti le haya querido dar galones en un equipo poco habituado al sacrificio. Quizá faltaba tropa y sobraban oficiales en aquel Real Madrid de principio de temporada. El caso es que el experimento parecía que empezaba a dar frutos cuando la lesión del medio campista alemán lo truncó. Media temporada nos hemos visto privados de su concurso y el grupo ha tenido que aprender a sobrevivir sin él. Isco y Di María han tenido que apretar los dientes, sin lograr del todo recuperar el equilibrio que le confería Khedira al equipo cuando aun era un askari, antes de que el técnico italiano le promocionará a la oficialidad. Ahora parece estar de vuelta. A tiempo para disputar el mundial. Quien sabe si también la final de Lisboa. De hacerlo no se antoja que se trate de un jugador decisivo. ¿O quizá sí? ¿Qué es lo que decide un partido en el que se dilucida todo, en el que uno se juega el balance de toda una década?. El que sirvió para valuar los setenta se saldó con derrota, no fue suficiente el liderazgo del askari indistinguible entre el batallón e Garcías que también era oficial alemán. la final de La Séptima, que selló la década de los noventa, se logró apelando al sprit du corps ante un rival que también nos aventajaba en una proporción de ocho a uno en cuanto a medios y talento. Nadie sabe que es lo que decidirá la contienda que tendrá lugar dentro de dos semanas. Si fuera el espíritu de grupo, bienvenido sea Khedira, askari en el equipo blanco y oficial en la Schutztruppe, en la selección de su país. No será una guerra incruenta, como las que dirimía von Letow, la que se libre en Lisboa, ambos equipos se juegan mucho. El Atlético una oportunidad que se le presenta una o dos veces cada siglo a lo sumo. El Real Madrid hermanarse con su destino, del que lleva extraviado doce años. Quien pierda es poco probable que se recupere para luchar otro día. No obstante, que bueno sería que imperase la camaradería entre rivales, como en el tipo de guerra que impuso von Letow a sus rivales. ¡Paso franco a Casillas entre las líneas colchoneras para que pueda acceder hasta la condecoración, para que pueda alzar la Orejona!¡Qué estamos entre vecinos, caramba, y no proceden estos odios africanos entre aficiones!


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