lunes, 28 de abril de 2014

El Fútbol y sus aledaños (154) - ¿Dónde estabais en los malos tiempos?

"¿Dónde estabais (en los malos tiempos)?" - La Unión

¿Dónde estabais en los malos tiempos?

"¿Dónde estabais en los malos tiempos?", pregunta Rafa Sánchez, el líder de la Unión, en el estribillo de la canción que fue uno de los mayores éxitos del grupo. Si Laso fuera un tipo rencoroso es probable que la hubiese tarareado por lo bajini más de una vez estos días. Quien sabe, entre pregunta y pregunta en una rueda de prensa, al salir a la cancha y ser ovacionado por el público, al ser entrevistado por la prensa en su calidad de personaje que domina la actualidad deportiva, al tuitear para tratar de animar a la afición madridista virtual. Sería hasta comprensible, justificable creo yo, pero estoy casi seguro de que no lo ha hecho, de que sería literalmente incapaz de tal cosa. Rezuma demasiada humanidad el base que lideró al Real Madrid en la conquista de su último título europeo. Es grande el amigo Pablo. Cómo no será de enormes las dimensiones humanas de este crack que hasta fue capaz de hacer buenas migas con su principal troll en Twitter, de ayudarle a triunfar, a convertirse en tuitstar. Ya, diréis, es que le trata con sumo respeto y hasta con cariño mal disimulado. Kiá. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que Laso era la foto que utilizaba cierto madridismo -ya concretaremos más adelante cual- para adornar la diana y poder automotivarse para mejorar puntería al lanzar dardos en forma de tuits. No, Laso no es rencoroso ni ventajista, nunca utilizaría su éxito actual para cobrarse viejas deudas contraídas con su persona por desafectos profesionales y desagradecidos. No dejes para mañana la venganza que puedas cobrarte hoy, trataría de argumentarle si pudiera, porque ya que ya sabemos que el éxito es cosa pasajera . Aunque sería en balde porque Laso jamás lo haría, no lo creo. No importa, yo sí lo soy. Rencoroso, me refiero. Así que, sigamos con la redacción de este escrito.

Tercera Final Four consecutiva. En la primera el Real Madrid acudió como mero invitado. Todo un logro tras tantos años ausente de la élite. En la segunda fue la revelación y a punto estuvo de ganar la final. La mereció, pero fue barrido a puñetazo limpio por el Olympiakos tras un arranque de partido exultante. Y en esta tercera, que se celebrará en Milán, acude como favorito en todas las apuestas, un riesgo añadido, pero también un galardón honorífico más que merecido. Desde luego, le basta con un susurro a Pablo Laso, es fácil, para que de su mano coman sus antiguos detractores como haría un perro fiel. Y es que Laso ha liderado una revolución en el baloncesto europeo como no se recuerda otra desde los tiempos de Maljkovic, cuando el entrenador balcánico fue capaz de hacer ganar la Copa de Europa al Limoges, un equipo sin apenas rotaciones ni estrellas que poder presentar en el parquet. Algo así como convertir a la Cenicienta en la reina del baile de palacio. Y encima sin vestirla con un lujoso vestido y calzarle zapatitos de cristal. Maljkovic no convirtió a los ratones en cocheros ni transformó el balón en un carruaje nupcial. No, su decálogo, su abracadadra de hada madrina, fue otro bien distinto: 1) Jugar feo apurando siempre la posesión hasta sus últimos segundos, ya que cuanto más bajo es el tanteador final de un partido mayores son las posibilidades de ganar para el equipo con menos talento; 2) Apretar atrás cuando toca defender, porque hay que ayudar a fallar al rival; 3) Madurar las jugadas de ataque finalizando los sistemas en su totalidad hasta hacer llegar la pelota a quienes han que jugarse el tiro. Un credo muy sencillo. Tanto que el decálogo apenas dispone de tres puntos, pero toda una revolución que ayudó al baloncesto FIBA a acercarse al que se practica en la NBA. Todos los entrenadores que han triunfado después en Europa parecen discípulos de Bozidar. Algunos de hecho lo son. Alumnos aventajados incluso. Algo de ogros y algo de ajedrecistas, ahorrando baloncesto todo el partido para tener capital con el que poder saldar cuentas en los minutos finales. Laso está en las antípodas de este perfil, derrochador puro es incapaz de ahorrar, es más colega de sus jugadores que cualquiera de los teóricos del basket-control, y eso es algo que detestaban sus, en otros tiempos, numerosos haters en Twitter. Haters madridistas que hoy esconden la jeta para que la evidencia no se las parta, porque la prudencia solo llega con el escarmiento de la realidad, pero que hasta hace bien poquito le "hacían calvos" al entrenador vasco tras cada derrota del equipo, en especial si el rival era el Barça. Que a muchos solo les importaba el basket los días de clásico, para bramar sus frustraciones. Eran mejores que nosotros y eso dolía, tenía que tener culpables.



Corría en su día como reguero de pólvora la historia, yo la leí en ABC o tal vez en el Marca, de que Ettore Messina fue un día a visitar a José Mourinho a su Santa Santorum, a su despacho en Valdebebas apara conocer sus métodos y aprender de ellos. Los dos entrenadores de los equipos blancos frente a frente, los dos popes del madridismo. Casi como un cónclave para elegir papa. Salvo que ya hacía tiempo que se había producido la fumata blanca. Y lo que decían que Ettore había dicho sombre Mou, sobre sus métodos de trabajo, su dedicación a la causa, su sabiduría y su liderazgo, iba mucho más allá del simple elogio, era un panegírico en toda regla. Me malicio que fue la adhesión al líder es la principal virtud que vieron muchos mourinhistas -con ene y hache, a la portuguesa, que me resisto a  usar la eñe y la doble erre, a suprimir la u, para galleguizar el mote y convertirlo en chiste-, lo único pero más que suficiente, ¿para qué queremos más?, para que se decidieran a ascender al generalato al entrenador italiano, para que le creciera una guardia pretoriana alrededor suyo en Twitter, al estilo de la que lucía Mou los días de partidos, y que aun luce en cada jornada de Premier. Tener en alta estima a Mourinho es condición sine quanom para ser buen merengue para los teóricos de lo que se ha venido a denominar desde cierto atril editorial como "nuevo madridismo". Si quieres la adhesión de la facción ideológica más guerrillera y rijosa de las huestes del Bernabéu basta con que elogies a su adalid Mourinho. Luego, cuando Ettore dio la "espantá", a lo Curro Romero, hubo amago de concederle la palma del martirio. Inauguró el panteón de ilustres cuya cripta principal ahora ocupa el técnico portugués. Es que había tantos paralelismo. No me digas que no... Vamos a ver: 1) Un entrenador que no se veía respaldado por el club. Oye, que a los desagradecidos de la prensa no les gustaba ese Real Madrid que proponía el transalpino, ni tenían mucha paciencia cuando ejercía en sala de prensa con su característico mal café. Y Floper sin llamarles al orden; 2) La "baulificación" de la plantilla. Por lo visto Reyes, tan paquete como Raúl, tan intrascendente en la historia de la Casa Blanca como él, se autoimponía en el cinco inicial al saberse en situación de fuerza con respecto al entrenador. A él y a sus "coleguis", todos ellos españoles. Menuda lacra de hispanos; 3) Una plantilla confeccionada como una colección de cromos. ¡Que Sergio Rodríguez está acabado, a ver si se entera Floper! Algunos vivieron la dimisión del italiano como el prólogo de la marcha de Mourinho, como la suite de la gran ópera trágica que se avecinaba en la cartelera madrileña. Era el comienzo de la derrota de su ideario -Más el de sus autoproclamados discípulos que del propio entrenador, que sospecho que tiene un sentimiento menos sacro acerca de su persona que sus seguidores-. Nos lo sabemos de memoria, son esos mantras tan repetidos: señorío es morir en el campo, mejor sudor que tener talento, que siempre es algo sospechoso, en posición de firmes cuando se persone el míster en la sala y practicar un sentimiento meritocrático de la vida. "Palabro" que más que a concepto a mi me suena a topónimo. Están Las Chafarinas, Las Aleutianas, Las Carolinas y Las Meritocracias. Son tantos los archipiélagos descubiertos por los españoles que a la fuerza tenía que haber alguno que pudiéramos bautizar a Lo Merengue. Y cuando Laso fue fichado para tomar las riendas del equipo fue como si se cerrara el círculo. Era como el homólogo baloncestístico de Míchel, el don nadie dentro del mundillo de los técnicos que conocía la casa por dentro, sin carisma, sin ciencia, sin pasaporte, con pasado ilustre como jugador de la casa, con tufo a cantera, que es como decir a habitación cerrada. Un Del Bosque, o un Lolo Saínz, mejor dicho, en pequeñito que hacer crecer regándolo con presidencialismo desde los despachos de Concha Espina y abonándolo con "haz lo que quieras, pero se trata de vender camisetas".

No recuerdo en qué año fue. Podría buscar el dato exacto, pero prefiero no forzar la memoria y que el recuerdo quede algo borroso, como desenfocado. No me gusto especialmente en aquella época. Era verano y la canción de La Unión sonaba en todas las radios tras acabar de salir el single al mercado. Madrid estaba casi vacío de almas, como todos los meses de agosto entonces. Desde algún lugar, probablemente la otra casa habitada de mi edificio aparte de la mía, llegaban por el patio de servicio las notas de la melancólica melodía. Las ventanas estaban abiertas de par en par para soportar mejor el sofocante calor. La ciudad ardía y yo permanecía a cientos de kilómetros de la costa más cercana. La canción sonaba en todas partes, a todas horas, y la música percolaba en mí a través de la piel, porosa al paso del sentimiento líquido por la sensación de soledad total que me acompaña la mayor parte del día. Me había quedado solo en Madrid para estudiar de cara a los exámenes de septiembre. Tenía que aprobar Ampliación de Matemáticas, la asignatura llave, el Santo Grial, casi el último escollo para poder terminar la carrera, a pesar de ser una signatura de segundo curso. Sí, también estaba el cálculo de estructuras y otras elaboradas formas de tortura docente, pero frente a lo cuasi imposible lo muy difícil parece un camino que discurre cuesta abajo. Por la mañana la academia cerca de la Gran Vía, en el centro, donde la ciudad aun no se había secado de almas. Por la tarde las largas sesiones de estudio, en mi casa, en un barrio en pleno proceso de desertificación humana. Solo aquella persona en mi entorno más inmediato, que ponía una y otra vez la canción de la Unión. Por lo visto no era la radio. Se había comprado el vinilo. La canción me decía que tal vez habría un futuro en el que yo no me sería tan insignificante, tan fracasado. Entre la derrota y el fracaso media solo la falta de respeto, el reproche y el repudio de quien evalúa tu esfuerzo. A veces, sobre todo, tú mismo. En la derrota hay consuelo, quizá la sospecha de haber merecido un mejor desenlace, puede que incluso el logro buscado. En el fracaso solo hay silencio y soledad. Nadie en quien delegar la pena, solo ausentes a los que preguntar donde estaban cuando necesitaste su apoyo."¿Dónde estabais en los malos tiempos?". Me veía en un futuro lejano, en un después a una distancia temporal incierta, haciéndole al mundo esa pregunta cargada de reproche y formulada desde el triunfo absoluto. Soñar es gratis, y en el verano se cuelan fácil en la alcoba al tener las ventanas abiertas de par en par.



En un día como este en que solo se respira Fútbol -próxima parada en el apeadero de Munich en la ruta directa a Lisboa-, mire usted por donde, me apetece hablar de otra cosa, del equipo de baloncesto del Real Madrid, en especial de su entrenador, a su vez destacado ex-jugador merengue. Recuerdo indeleble ha dejado en los aficionados su perfecta simbiosis con Arlaukas, con docenas y docenas de alley-oops. Factoría Disney de aquel entonces. Dicen que como entrenador ha sido una apuesta personal de Alberto Herreros, tal como también lo fue en su día Joan Plaza, entonces un desconocido y hoy un entrenador muy cotizado, tanto que este año se ha hecho cargo de un histórico del continente: El Zalgiris Kaunas, el equipo de Arvidas Sabonis, en sentido literal y figurado. Ha tenido más suerte en los últimos tiempos el Real Madrid de Baloncesto con los entrenador imberbes que con los contrastados. Ettore Messina fue un auténtico fiasco. Destrozó anímicamente al equipo, ya de por si frágil en este aspecto cuando lo tomó bajo su batuta, y ante los malos resultados dejó a todo el mundo en la estacada, puso pies en polvorosa, además rajando de unos y de otros, en especial del ambiente irrespirable que propiciaba la prensa, y le dejó los bártulos de matar a su segundo, Lele Molins, que no evito el naufragio pero al menos consiguió que el barco encallara cerca de la costa. No era la mejor situación para hacer otro experimento, aunque el primero, el de Joan Plaza, hubiera sido un éxito y hubiera dado un resultado muy por encima de las expectativas. Pero si con el barcelonés se acertó con el vitoriano se ha dado en el centro de la diana. Su manera de concebir el baloncesto es justo la contraria a la de Maljkovic, o la misma pero aplicada desde el otro extremo del razonamiento: Cuanto más abultado es el tanteador final de un partido mayores son las posibilidades de ganar para el equipo con más talento. Ver jugar a su equipo, este Real Madrid, es un verdadero deleite y disfrutar viendo un partido no sé porque ha de ser pecado. Oyendo ciertas opiniones a veces lo parece.

En realidad este artículo lleva durmiendo el sueño de los justos en forma de borrador desde diciembre de 2012. Ahora se puede reivindicar a Laso, entonces era más difícil. Tenía sentido entonces, habría sido un acto de justicia. Hoy solo lo es de venganza. Hacia aquellos tarugos que creen que morderse la propia carne es un acción que alimenta el espíritu. Sobran los madristas que confunden la autodestrucción con la exigencia, que se creen con derecho a exigir, que hacen caso omiso de los derechos de los demás. Por ejemplo, el derecho que tenemos todos a tratar de expresar nuestro potencial, a intentar demostrar lo que valemos, a no ser juzgados de forma prematura y desde el desconocimiento absoluto de los jueces tanto de las personas que evalúan como de la materia tratada. ¡Cuántos expertos en baloncesto autodidactas, doctorados en la universidad de "Lo que yo te diga" había por aquel entonces! Incontables. Uno detrás de cada tuit de menosprecio a Laso. Los mismos que -esta muletilla es tan habitual en el ámbito tuitero-  se disputaban entonces el honor de hacer el chascarrillo más gracioso a costa del entrenador vitoriano son los que ahora espolvorean de lírica la crónica tuitera de una victoria en la Final Four anunciada. "Mucho tiempo después, aquella noche de victoria en Milán, frente al que antaño era su pelotón de fusilamiento", así comienza la crónica que yo estoy escribiendo sobre ese evento del futuro "el coronel Laso había de recordar aquella tarde virtual en que su cuenta de Twitter lo llevó a conocer el hielo". Dice el mourinhismo que las gradas del Bernabéu son como el patio de butacas de un palacio de la ópera. No tengo esa impresión, pero si que la afición madridista en Twitter a menudo se asemeja a la cubitera de la nevera, cada tuit un cachito de hielo, seco y frío que se te pega a los dedos si no te los raja con su filo cortante. ¿Donde estaba esa gente en los malos tiempos? Está claro que pescando los dos peces para el güisqui on the rocks de Joaquín Sabina. Y aquí lo dejo para no acabar siendo ese "fantoche que siempre va en romería con la cofradía del santo reproche". Sí, es cierto, lo confieso, había el recuerdo de una chica ausente esparcido por doquier en aquel verano que viví solo en Madrid. Eran malos tiempos sobre todo por eso. Pero lo cierto es que fui uno de la escasa docena entre cientos que aprobó el durísimo examen. Fue la primera vez que experimenté la sensación de machacar el aro in the face del pivot rival, como Mejri o Masacre para rematar un alley-oop servido por el Chacho. No me atrevería nunca a hacerlo de espaldas como lo hace Rudy.

"19 días y 500 noches" - Joaquín Sabina

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