viernes, 8 de febrero de 2013

El Fútbol y sus aledaños (95) - Capitán Adán. Paralelo 90 grados de latitud Sur



Capitán Adán. 90 grados de latitud Sur
(Artículo redactado con la ayuda de @DiosaMaraca)
(Editado originalmente en el blog: Madridismo Subversivo)

Ya anticipé en su momento que irían saliendo poco a poco mis obsesiones en el blog, en estos escritos, porque de fútbol sé bien poco y de mí mismo, de mis demonios y los rincones y escondrijos recurrentes, a los que acudo cuando arrecia el temporal, quizá demasiado. Robert Falcon Scott fue uno de los héroes de mi infancia. La culpa de esto la tuvo una película inglesa que me fascinó la primera vez que la vi y me atrapó para siempre en la historia que narraba. ¿Quién no ama al héroe que se inmola en busca de la consecución de la meta, si ésta es una noble causa y persigue el bien común? Y son los héroes que no sobreviven, que mueren antes de tener tiempo para poder cometer errores, los que más fácilmente se ganan nuestro cariño y respeto. "Scott en la Antártida" (1948, Scott of the Antarctic) es una película de aventuras, con la seriedad, y quizá solemnidad también en este caso, que el cine británico sabe conferir a sus obras. Leyendo la reseña que he encontrado en Internet de uno de tantos maravillosos blogs de cine que pululan por la red, "El cine de Solaris", me he quedado tranquilo al comprobar que siendo niño no vi en el film cualidades que yo mismo había inventado, o que mi memoria ha agrandado con ese cristal de aumento que es la nostalgia, porque han pasado décadas desde que la visioné por última vez. La derrota de Scott, narrada como una victoria del espíritu, sobre la adversidad, a través de la solidaridad y el sacrificio, para ganar la inmortalidad, moldeó en mi mente para siempre mi particular idea de lo que es un héroe, a menudo más exigido por el fracaso que por la victoria. Perder puede exponerte, sobre todo si luchas contra ese destino, a un riesgo mayor, te da oportunidad de demostrar, mejor que la victoria, cuál es la medida de tu valía, cuáles son tus límites auténticos.

La carrera hacia el Polo Sur, la distinción de ser el primero en hollar el extremo inferior de la tierra, el punto que permanece quieto mientras el resto del planeta gira en torno suyo, tenía algo de aventura, casi de deporte. Como los pioneros en este último campo, el del deporte, las empresas expedicionarias a los pocos territorios aun inexplorados en torno al inicio del siglo XX, eran emprendidas por caballeros, gente bien de las clases más acomodadas. Nada que ver con las conquistas españolas alrededor del globo terráqueo cuatro siglos antes, que eran realizadas por personas de muy distinto rango social, que las más de las veces lo que tenían era lo poco que habían logrado arrebatarle a la miseria. Pizarro empezó siendo porquero en Extremadura y acabó como emperador de los Incas, arrebatándoles sus riquezas a la fuerza. Pero en el siglo XIX y, aun más, en el XX, la aventura pasa a ser una ocupación casi exclusiva de caballeros, que se ejercía por placer, no por necesidad.



La forma en que Stephan Zweig describe a Scott es sobria, parca en elogios, nada en él, en sus rasgos y su conducta, anticipa las acciones que luego le convertirán en un referente: "Scott: un capitán cualquiera de la marina inglesa. Uno cualquiera. Su biografía corre paralela al escalafón [...] En su conducta, nada revela al héroe [...] Frío, enérgico, sin que se le mueva un solo músculo, como congelado por una honda de energía". El rostro de Adán también es serio, de rasgos marcados. Su mandíbula ancha y fuerte parece indicarnos que estamos ante alguien con una voluntad granítica. Cuesta encontrar en Internet fotografías suyas en las que se le vea en actitud relajada, más aun sonriendo, como la que incluyo como documentación gráfica. Hay bastante contraste entre la mirada casi indolente de Casillas, al que se le ve siempre como ajeno a lo que le rodea, desligado anímicamente de lo que no sea estrictamente parte de su negocio -y la capitanía trataría asuntos casi todos ellos que no lo estarían-, con el ardor, tal vez focalizado hacia un objetivo, que se adivina en los gestos de Adán. El de Antonio es un rostro que denota en su expresión habitual concentración, ya lo veamos dentro o fuera del campo, mientras que el de Casillas, muestra más bien dispersión, falta de interés por lo que ocurre en su entorno inmediato, cuando lo descubrimos fuera de su área. Pero lo cierto es que Adán es un perfecto desconocido para casi todos, a pesar de llevar tres años en el primer equipo. Estoy seguro, casi estaría dispuesto a apostar, que muchos aficionados ignoraban hasta hace bien poco quién era el portero suplente en la primera plantilla del Real Madrid.

Antonio Adán, tal como indica la ficha de la página web oficial del Real Madrid, es un clásico de las categorías inferiores del club merengue y también de la Selección Española. Llega al Real Madrid a los 10 años, incorporándose al equipo de la categoría alevín y, desde ahí, va ascendiendo por el escalafón hasta incorporarse a la primera plantilla en la campaña 2010-2011. Sorprende al consultar la documentación disponible en la red -casi provoca una sonrisa de complicidad por los hechos ocurridos recientemente-, saber que su debut oficial tiene lugar en febrero de 2011, como resultado de la expulsión de Casillas, con una gran actuación personal y del equipo, que logra imponerse al Español en Cornellá con un jugador menos. Mi memoria sitúa el primer conocimiento de este jugador en una de las ediciones del Torneo de Fútbol 7 de Brunete, en la que gana el Real Madrid, siendo jugador destacado Adán, alma y líder del equipo, también su portavoz, que la noche de la victoria se adueña de la emisora de la Ser con su desparpajo y atrevimiento, causando la hilaridad de los profesionales de la radio, incluido José Ramón de la Morena, que se apoya en él aquella madrugada para hacer su programa. Parece que ha nacido una estrella. Sin embargo, el recuerdo de aquel niño que no parece temerle a nada, que hace callar con sus bravatas a los contrincantes, que no se calla ni debajo del agua, me choca con su apariencia actual, que es la de un hombre más bien callado, serio, casi se diría que tímido, y que incluso ha perdido esa osadía al no lograr afianzarse en el puesto de portero del Real Madrid. Me asalta la duda de si, quizás, de quien me habla la memoria es de otro Adán, incluso su hermano Alfonso, que también milita en el Real Madrid y en ese mismo puesto. Estamos hablando en todo caso de un madridista con 15 años en el club, que ha sido capitán del Castilla y de La Selección Española que ganó el Europeo Sub-19 de 2006 en Polonia. Un equipo en el que militaba Cesc Fàbregas. El siguiente dato que recojo en una página web es demoledor: "Es el único jugador que desde los 15 años no ha faltado a una sola convocatoria de las selecciones nacionales, en la categoría que le correspondiera por edad. Y ha sido capitán en todas ellas".

Si la apariencia, modales e historial del capitán Scott no hacía presagiar nada especialmente relevante en su futuro profesional, por el contrario, los de Adán parecían indicarnos desde siempre y, a medida que pasaban los años, con más argumentos, que estábamos en presencia de un futuro crack, titular indiscutible de la Selección Nacional absoluta en algún momento inevitable del futuro, más o menos lejano en función de la longevidad profesional de la generación anterior a la suya, y llamado a grande logros. Que el dato que cierra el párrafo anterior lo desconozcamos los aficionados creo que entra dentro de la lógica, pero me parece pecado capital su desconocimiento en un profesional de la información deportiva, con más razón si está especializado en la actualidad del Real Madrid y se permite juzgar la capacidad de este reportero faltándole al respeto, menospreciándolo y ridiculizándolo haciendo comparaciones forzadas con Iker Casillas. Amañadas, además, porque el mostoleño este año no está para ser comparado con nadie, tiene las peores estadísticas de la Liga. Pero también es verdad que Adán ha perdido su oportunidad de hacerse con la titularidad del equipo, ya sea por no saber aguantar la presión, por falta de rodaje y la imposibilidad de darle partidos para que se haga al puesto, o sencillamente porque éste le viene grande. Jugar en el Real Madrid no es fácil, exige un algo más difícil de precisar y, por tanto, de describir y definir, pero que hace que muchos jugadores que son grandes estrellas en sus clubs fracasen cuando son fichados por el de Concha Espina.

A 77 grados de latitud sur, en el Cabo Evans, se sitúa el campamento del equipo de Scott. Una casa de madera que es como un oasis de luz y calor en medio del desierto blanco, frío y oscuro. Pero no sólo es el puesto de avanzada de un ejército que trata de conquistar un país ajeno, en realidad de nadie, es también una hendidura en el muro por la que la civilización se cuela en el paraje más salvaje y virgen de la Tierra. 30 hombres comparten las horas tediosas del invierno. La mayoría son científicos, dato que conviene retener porque es relevante para las conclusiones finales de este escrito. "Cada uno de ellos se esfuerza en transmitir su saber a los otros", nos dice Zweig. "Y en el animado intercambio de la conversación se va formando su visión del mundo. La especialización renuncia aquí al orgullo y busca la comprensión de la comunidad". Con la llegada del buen tiempo, esa época fugaz en la que el día tiene a veces algunas pocas horas de calma y luz, al regreso de una de las numerosas expediciones que parten de Cabo Evans, Scott tiene noticia de la presencia en la Antártida de Amundsen. El campamento noruego, le informan, se sitúa 110 kilómetros más cerca del Polo Sur. Eso le espanta. Al menos eso parece deducirse de una lectura atenta de su diario, en la única anotación en sus escritos en la que menciona al explorador nórdico. Ni antes ni después hay otra referencia a su rival.

La casa del capitán Adán es la casa del madridismo desde hace ya 15 años. Este mismo año, ante la imposibilidad de alcanzar la titularidad, decide su marcha a final de temporada. Su historial, plagado de logros parciales -como el de Scott, que formó incluso parte de la primera gran expedición de Shackleton al Polo Sur-, casi le obligan a la titularidad, pero lleva años oyendo hablar de fichajes, y quizá, ya con 25 años, ve llegar el momento de aventurarse a tener protagonismo fuera del Real Madrid, en vez de vivir perpetuamente a la sombra del elegido por todos, en especial por la prensa. La meta geográfica de Adán es la titularidad en el mejor equipo de la historia, al igual que la de Scott era el Polo Sur geográfico, los 90 grados de latitud sur. Aunque ambos atienden a otros intereses. Adán a su formación como profesional y como persona en una de las mejores escuelas que existen, la de Valdebebas. El inglés la investigación científica del continente blanco. No todo está supeditado al logro que más prestigio procura. Por eso Scott demora su partida del campamento en Cabo Evans. Por eso Adán piensa desde hace ya un año que su marcha del club es inevitable. A la sombra de Casillas su crecimiento se ha estancado, y ya no tiene una edad para seguir formándose, sino para demostrar lo que ya sabe.

Con el primer amanecer del sol, el primero de noviembre, la partida del capitán Scott inicia su travesía por el desierto de hielo hacia el polo. Parte la totalidad de los hombres disponibles, los 30 que llevan meses conviviendo en la pequeña guarida. Cada dos jornadas crean en el lugar que acampan un puesto de provisiones, ropa, alimentos y combustible, para proveer el viaje de vuelta, que se prevé muy duro, mucho más que la ida, que ya les exige hasta cerca de sus límites físicos y mentales. En vez de únicamente los trineos arrastrados por perros siberianos, Scott ha optado por utilizar también póneys como animales de arrastre y vehículos diesel. Quiere innovar, llevar el progreso a aquellas latitudes. Pero bien pronto queda claro que su decisión ha sido un error. Los póneys tienen menor capacidad de sufrimiento que los perros, y los vehículos de tracción mecánica comienzan a averiarse y suponen más un engorro que una ayuda. Poco a poco, grupos de hombres se separan del grupo principal para regresar a la base, al punto de partida, a lo que desde hace casi un año consideran su casa. A la altura del Glaciar de Beardmore han de sacrificar los últimos póneys supervivientes. Los expedicionarios rebautizan el lugar como El Matadero. El momento es sumamente triste para todos. Han convivido durante meses con esos animales, saben sus nombres y los reconocen incluso por sus rasgos. En el paralelo 87, el punto donde Shackleton renunció a seguir avanzando, Scott decide la partida de 5 hombres que será la que culmine la travesía hasta el objetivo. Es un momento cargado de emoción, tal vez con rabia en alguno por no ser elegido, por tener que dejar que sus compañeros se arriesguen solos. Queda lo más difícil y el criterio de Scott ha de atender no sólo a la jerarquía dentro de la expedición sino también al estado de salud de los componentes. El 30 de diciembre, dos días antes de fin de año, la última partida inicia su carrera hacia la inmortalidad. Nombres que repito para tratar de evitar, en la medida que me es posible, que se olviden: Scott, Bowers, Oates, Wilson y Evans.

El primer amanecer para Adán en la casa Blanca tal vez fuera el momento en que empezó a debatirse seriamente la posibilidad de que Casillas debiera ser sustituido como titular. Su desempeño en la Copa había sido razonable, creciendo en confianza a medida que pasaban los partidos y las eliminatorias. A la altura de octavos, en el enfrentamiento con el Celta, el debate empezaba a caldearse, y los movimientos telúricos en la prensa, que tenían réplicas en el vestuario del Madrid, empezaron a desestabilizar al portero canterano, que se vio de repente bajo los focos, analizado fríamente, con creciente hostilidad por la prensa deportiva en general, y directamente señalado por el séquito periodístico de Casillas. En el partido de ida en  Vigo, la actuación de Adán fue discutible. No estuvo a la altura del mejor Casillas, señaló la prensa, omitiendo que ese "mejor Casillas" llevaba casi dos años sin dar señales de vida. Para cuando tuvo su primera oportunidad en Liga, el terremoto mediático superaba el tope de la escala de Richter. Su debut en la competición fue traumático, y tuvo que ser suplido por Casillas al ser expulsado tras cometer un penalti. Demasiado castigo probablemente, pero el árbitro entendió bien lo que se le exigía, supo leer la emoción que reinaba en el ambiente. Hubo quien se relamió los bigotes con la idea de que el recién entrado Iker fuera capaz de parar el penalti y dejar en evidencia al suplente que se le había insolentado, aprovechado el impulso del entrenador para subírsele a las barbas. Pero hace tiempo que el capitán de La Roja sólo se esfuerza en esa suerte cuando está en su equipo preferido. Fue un día muy corto para Adán el de su posible titularidad, un día propio de latitudes polares. La noche antártica, con luz las 24 horas que dura la rotación del globo, sin movimiento si se hubiera podido constituir en eje de giro del equipo, no llegaría nunca.

Tras avanzar durante una quincena a ritmo de tortuga, como cinco pordioseros a través del paraje más limpio del planeta, con momentos en que pensaron que no lo lograrían, con las fuerzas mermadas y al borde de extinguirse, el 15 de enero la entrada en el diario de Scott muestra un júbilo impropio de él: "Sólo unos mezquinos 50 kilómetros ¡Tenemos que llegar cueste lo que cueste!". Es la víspera del gran día. Próximos a alcanzar el botín, arrebatarle al mundo su último secreto, la escritura de Scott parece tener alas, volar con la ayuda de la esperanza. El 16 madrugan más que nunca. Es la impaciencia ahora lo que les nutre con nueva energía. A mediodía han logrado recorrer 14 kilómetros arrastrándose penosamente sobre el hielo. Es Bowers el primero en notar algo raro en el horizonte, un punto de color en mitad del océano de blancura extrema, pero no se atreve a decir nada. Trata incluso de acallar su mirada, que arde por lo que empieza a ser algo más que una sospecha. Necesitan engañarse unos a otros para seguir avanzando. Es sólo un espejismo producido por el delirio, después de dos meses caminando por parajes que parece que no cambian, un punto de ruptura con la realidad, una grieta en el hielo que la escasa luz colorea al incidir sobre ella de forma anómala. Pequeñas mentiras para que la verdad no parezca tan grande. "Pequeñas tretas para seguir en la brecha", como dice la canción de El Último de la Fila. Pero la realidad es aterradora: Hay una bandera noruega ondeando en el horizonte.

"Todo el trabajo, todas las privaciones, toda la angustia, ¿para qué?", escribe Scott en su diario. Y lo cierto es que traté infructuosamente durante toda mi infancia de contestar a esta pregunta, aun lo intento cuando mi mente se limpia de los hechos reales. ¿Qué debieron sentir aquellos hombres al ver que el esfuerzo había sido inútil, al ver que se les habían adelantado, que todo había sido en vano? Una bandera noruega en el horizonte es el símbolo de la desolación, del fracaso absoluto, de la muerte de la esperanza. Durante años lloré rememorando una imagen que jamás viera, pero que se había fijado en mi memoria como una instantánea realizada con una cámara Kodak, la de cinco tipos junto a una bandera que no era la suya, en mitad de la nada, en el único punto del hemisferio sur en que el planeta no gira, tal vez llorando y dándose ánimos unos a otros, tal vez fingiendo que no había ocurrido nada, demasiado espantoso para darse por aludidos, tomando datos, registros. Llegar segundo, ser segundo, es como no ser nada, como confundirse con la nieve, como desaparecer de la vista del mundo. ¿Y que sintió Adán cuando supo que nunca sería titular en un partido grande del Real Madrid? ¿Para que tantos años de preparación, tantas muestras de fortaleza, las privaciones durante los entrenamientos, los veranos fuera de casa, desplazado a las concentraciones de las diferentes categorías inferiores de la Selección Española? ¿Lloró, mostró una entereza que no tenía, enterró solemnemente su sueño y lo olvidó bajo el hielo de su rabia contenida? Es una pregunta que no me atrevo a contestar, a cuya respuesta tengo casi miedo. El capitán Adán a 90 grados de latitud sur. En esa misma ubicación, en el paralelo 90, hace un siglo, Scott anota en su diario: "Aquí no hay nada que ver. Nada que se diferencie de la atroz monotonía de los últimos días". Ya no queda nada de la euforia del día anterior. Su mirada sólo es capaz de captar parajes yermos. Sólo una bandera resquebraja la falta de estímulos que le proporciona lo que ve, un trozo de tela que viene a ser como su mortaja, como el sudario en el que envolver su sueño. Clavan su bandera, la Unión Jack, junto a la extranjera, recogen la carta dejada en el lugar por Amundsen, para que quien llegue en segundo lugar de fe de que ha sido precedido por el explorador noruego, e inician el regreso. De forma profética, Scott anota en su diario: "Me espanta el regreso". ¿Cómo verá Adán ahora el Bernabéu, como una llanura monótona y verde, con las gradas repletas de público que ya no le interesa porque ya nunca le aclamarán? Quiero pensar que habrá un futuro en el viejo coliseo para el portero, como lo ha habido para Diego López. Eso quisiera decirle si pudiera hablarle.

Si la ida fue para morir nunca, por alcanzar la inmortalidad, como la marcha de Balboa hacia el Pacífico, la vuelta es sólo para sobrevivir. Evans empieza a rezagarse del grupo. Cuesta encontrar los puestos intermedios con suministros. A veces erran durante días hasta encontrar alguno. El 17 de febrero, a una jornada tan sólo del Matadero, Evans, el más fuerte de todos, muere. Es su primera comida con algo de sustancia en mucho tiempo, gracias a la masacre de los póneys meses atrás. Los cuatro restantes reanudan la marcha. Scott ha anotado la pérdida casi como un dato de intendencia. Todos tienen congelados hasta los sentimientos. El invierno ha llegado antes de tiempo. Para mayor problema, el siguiente depósito ha sido dañado por un temporal y apenas hay combustible. Tras una noche infernal, a la mañana siguiente, apenas si pueden levantarse para continuar. Oates muestra síntomas de congelación en los dedos de manos y pies. El viento aumenta su intensidad y el siguiente depósito también está dañado. Empieza a cundir el pánico. Las anotaciones de Scott se convierten en cavilaciones desesperadas de un loco. "¡Que Dios nos asista! De los hombres ya nada podemos esperar". "Ha habido opiniones en las que se me ha faltado al respeto", se quejó Adán amargamente tras su calvario ante la Real Sociedad. "Soy un componente más de la plantilla y puedo jugar. Llevo 16 años aquí, algunos no saben de mi trayectoria y opinan". Son palabras cargadas de razón. El paternalismo, la ironía mal calibrada, la descalificación gratuita. Nada puede esperar Adán de la prensa, siquiera de la suya, siquiera un trato equilibrado, aunque la crítica sea negativa. Tampoco de su capitán, que no tiene ningún gesto con su sustituto, y al que veremos remontar fugazmente su rendimiento en los dos partidos siguientes, y luego reincidir en los comportamientos anómalos en el partido en que se lesiona por una patada fortuita de Arbeloa.

Las bajas temperaturas, de hasta 42º bajo cero, impiden la marcha más allá del mediodía. Oates se ha convertido en una carga y lo sabe. Pide a sus compañeros que le dejen abandonado, pero éstos se niegan. Esa misma noche, ya en la tienda, Oates se levanta en un momento dado y anuncia que va a permanecer fuera un rato. Todos son conscientes de lo que pasa, pero nadie dice nada. No volverán a ver nunca al oficial del cuerpo de caballería. Los tres restantes, Dios sabrá cómo, logran proseguir su marcha unos cuantos días más, hasta que el 29 de marzo desisten y deciden esperar la muerte en la calma de la tienda, al calor del poco combustible que han logrado reunir. Son tiempos de quietud en el Real Madrid, de una falsa calma. Lo peor de la derrota ante el Granada, lo más doloroso, es que apenas ha hecho mella. Ni siquiera un recuerdo para Adán. Muchos reproches hacia Mourinho, por no seguir apostando por él cuando sí lo había hecho cuando aun estaba Casillas. Pero es un argumento que falla, porque Iker hace tiempo que no está, que decidió desligarse del grupo, como Oates aquella noche, y ahora permanece fuera, a la intemperie, tal como señalaba Rubén Uría en su artículo.

En la soledad de la tienda, soledad compartida en el más puro silencio, roto sólo por el parloteo del viento más allá de la lona, mientras sus dos compañeros agonizan, uno de ellos parece que ya no respira, Scott realiza su última entrada en su diario de la expedición. Después, cuando se sabe absolutamente solo, aprovecha sus últimas fuerzas para despedirse de su mujer, Kathleen. Lo hace con su estilo sobrio, innecesariamente descriptivo y algo parco en lo emotivo. Es el acero del que está hecho, frío al tacto, fuerte como estructura. "Querida, no es fácil escribir por el frío, setenta bajo cero...". Se refiere a ella como su viuda, da por inevitable lo que luego va a suceder. Le pide fortaleza en la adversidad, en la soledad que le llega, que extraiga de su recuerdo acero con el que poder edificar un futuro. Después, sigue a los compañeros de su última aventura, va en pos de ellos hacia el confín de la vida, en justa reciprocidad, al igual que ellos le siguieron -sin dudar, sin un reproche-, hasta el confín del mundo. Y no sabemos qué dirá en el futuro Adán, tras acabar su periplo en el Real Madrid. Esperemos por el bien de todos que nos trate bien, porque pienso que quizá no todos hemos sido justos con él. La prensa desde luego que no, es culpable de su derrota, de haber convertido su gran oportunidad -una a la que tenía derecho, por su enorme paciencia al esperarla tantos años, su capacidad y su historial inmaculado-, en casi un insulto hacia el fútbol. La ira mediática hacia Mourinho y el beneficiario de una decisión sencilla de entender, es como el viento aullando fuera de la tienda de Scott. Le recordaba que estaba en el lugar más inhóspito para un portero, el territorio de Casillas, enfriado hasta setenta grados centígrados bajo cero por su camarilla de confianza y algunos aliados ocasionales en la guerra mediática en la que está inmerso el Real Madrid. Es frío que quema, porque sus adversarios, los de Adán, hacen tierra quemada en su retirada, en la derrota total que sufren en el frente abierto en torno a Casillas.

A modo de epílogo

Aunque Antonio Adán sea el héroe que he elegido para mi historia, y con lo que voy a decir no quiero dar a entender ni mucho menos que reniego de él, tengo una mayor simpatía por Diego López. Lo cierto es que, en la misma medida que lo es Butragueño en lo que respecta a jugadores de campo, Diego López siempre fue mi portero preferido. Más que Casillas incluso. Cuando lo conocí como aficionado ni siquiera era competencia para él. Era el portero titular del Castilla, creo recordar que de la misma hornada que Soldado y Riki. Alto, poderoso por alto, pero sin perder un ápice de capacidad de reacción, unía a las cualidades del entonces titular de la primera plantilla -quizá en una cuantía menor, pero suficiente para ser también sobresaliente-, las propias de un portero clásico. Un año entero pude verle porque en aquel entonces Tele Madrid retransmitía todos los encuentros del filial, con los mismos dramas de siempre, arbitrajes infames, equipos mucho más maduros que trataban de amedrentar a los jóvenes madridistas, promesas en ciernes, entre las que destaca poderosamente el portero. Parecía Diego López la síntesis de la escuela de San Mamés, que ha dado infinidad de porteros tiranos en su propia área, que proscribían todo juego que se realizara a ras de suelo; y la propia de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, que ha rendido siempre porteros felinos, rápidos, vertiginosos achicando espacios en las salidas, capaces de parar penaltis. Era López el tercer acierto consecutivo en esta vía, tras Cañizares y Casillas, muy seguidos los tres para que no se vieran perjudicados los unos por los otros, sin dejar de ser además diferentes, tener otras cualidades también. Pero había más precedentes. Los míticos García Remón y Miguel Ángel, que compartían vestuario. Algo que hoy sería un milagro imposible de explicar, porque ambos llegaron a ser ídolos para el madridismo y ya no recuerdo quién era titular y quién suplente. El propio Buyo parece salido de esta escuela, y probablemente fuera fichado por este motivo. Diego López cometió el pecado involuntario de adelantarse a su tiempo. Demasiado diferente, demasiado pronto, demasiado bueno. Su puesto estaba bien cubierto entonces en la primera plantilla. Ni siquiera hubo debate sobre su posible llegada al primer equipo. Toda la primera división se lo rifaba. En su primer año en el Villarreal llegó a ser considerado como el segundo mejor portero del campeonato, tras el omnipresente Casillas. Pero en años sucesivos su estrella empezó a apagarse lentamente, hasta acabar como suplente en el Sevilla, cuando lo dirigía Michel, situación que tal vez explique las iras de cierta parte de la afición sevillista, una de las más antimadridistas que hay. Sentimiento que en su caso se me antoja gratuito.

Hace apenas poco más de una semana vimos el rostro exultante, lleno de felicidad, del nuevo portero del Real Madrid. Como un náufrago recién rescatado, maravillado por cosas cotidianas que años de lejanía le habían hecho olvidar, se le veía relajado exultante en su primera rueda de prensa en Valdebebas. Después supimos por qué es un tipo lleno de sueños a sus años, al conocer a su mujer en Twitter. Diego López nunca fue el primero, no llegó antes que ninguno, pero su historia es la de un triunfo, aun por escribir, lo cual hace que todo sea más hermoso. ¿A 90 grados de latitud sur es posible la esperanza? ¿Volver al punto de partida, pedir un traspaso para ser titular en otro equipo equivale a admitir la derrota? El espigado portero que el Madrid acaba de fichar es la particular bandera noruega que Adán ve otear ahora en su horizonte vital. Una trágica sorpresa. Y la de Diego López es una victoria que parece injusta porque parece surgir de la facilidad. Amundsen eligió un mejor emplazamiento para su campamento base, más cercano a la meta, no distrajo tiempo ni energías con objetivos secundarios, seleccionó una ruta más fácil, no equivocó la fuerza tractora para su convoy, formada exclusivamente por grupos de perros tirando de trineos. Su victoria fue un agradable paseo comparada con la penosa derrota de su oponente. Pero tampoco dejó un legado, no hizo avanzar la ciencia ni un ápice. Nada se supo realmente relevante a su vuelta a casa de los lugares que había visitado. Pero el portero rescatado de su naufragio en Hispalis también supo lo que era estar relegado. Ni siquiera tuvo opciones de quedarse, tan próximo en edad a Casillas. La alegría en sus ojos, la forma en que afronta el reto a sus 31 años es una lección de vida. No importa ser primero o segundo sino cuél es tu legado. Ni el más de los grandes podrá ser ya algo más que un mero capítulo en la historia del madridismo. Di Stefano señaló el futuro, pero tras su marcha llegaron casi tantas Copas de Europa como las que él hizo posibles. Ni siquiera semidioses que se dirían salidos de la mitología griega, como Ronaldo, serán capaces de ser protagonistas en el libro de gestas del club. Las pequeñas lecciones también son decisivas para nuestro aprendizaje, y la sonrisa de Diego López es una de las más hermosas de los últimos tiempos.

Cada generación... (Algunos apuntes sobre Scott y Amundsen)

Cada generación tiene su punto de vista hasta que llega el olvido, roto en este caso por la celebración del centenario de la conquista del Polo Sur. Si durante años Scott fue el héroe por excelencia, para todos y para mí también, en un mundo donde lo británico era el modelo, a pesar de que hubiera cambiado de manos durante la segunda guerra mundial, en la generación siguiente llegó la revisión del explorador británico. Una serie de la propia televisión inglesa nos ofrecía otro capitán Scott en "The last place in the Earth" (1982), muy diferente al que nos había regalado el cine. Recuerdo la euforia, primero, al saber que sería emitida en TVE, y la indignación después al verla. Scott no era más que un torpe oficial de la Marina Británica, cuya única cualidad era su tozudez para imponer sus decisiones erróneas a los demás. En el primer episodio se nos narraba como era capaz, siendo capitán de navío de un buque de guerra, de hacer chocar la nave que comandaba contra otra en la inmensidad de un océano en calma. Sin un gramo de misericordia, se narraban cada uno de sus errores, se me explicaba porque mi héroe había conducido a la muerte y, lo que es peor, al fracaso, a sus hombres, por qué Amundsen había llegado 34 días antes al objetivo, sin un solo percance, sin un solo contratiempo. Pero si la serie, basada en un libro del experto en temas polares Roland Huntford, nos hurtaba un héroe a la generación anterior, no nos daba otro a cambio. Amundsen habría faltado expresamente a su palabra al aparecer de forma inopinada en la Antártida, habría forzado la marcha de la expedición de Scott, que tendría en la conquista de la latitud 90º un objetivo más entre los muchos que le llevaban al continente blanco. El noruego habría simulado zarpar con su gente rumbo al norte para virar, al poco de iniciar la travesía, hacia su auténtico objetivo.

Tal como nos cuenta José Cervera en su artículo "Amundsen, el antihéroe que conquistó el Polo Sur", los dos años que Amundsen permacenió atrapado en el Paso del Noroeste, con su balandro de acero, el Gjøa, aprisionado entre los hielos, le sirvieron para aprender de los esquimales las técnicas de supervivencia y desplazamiento, en especial el uso de trineos tirados por perros, que luego le llevarían a ser el primer hombre en pisar el Polo Sur geográfico. Dice la leyenda que la balandra, en realidad un barco diseñado para la caza de focas, reconvertido en nave expedicionaria, zarpó de Oslo, aprovechando la oscuridad de una noche sin luna ni estrellas, para despistar y librarse del acoso de los muchos acreedores que acechaban al explorador en el puerto. Tres años después, tras liberar el hielo el barco y completarse el viaje, anunciaba por vía telefónica, a cobro revertido, la conquista del Paso del Noroeste. Este logro, que le hace famoso en el mundo entero, le permite entrar en contacto con su compatriota Nansen, famoso explorador, que pone a su disposición el Fram, un velero que es a la vez un refugio casi perfecto contra el más crudo invierno posible, una base independiente y autosuficiente, capacitada para asegurar la supervivencia de sus tripulantes durante años en las condiciones más adversas, y un rompehielos, capaz de penetrar las placas congeladas de mar a la deriva.

Amundsen anunció al mundo su intención de conquistar el Polo Norte, gloria que luego sería para la expedición norteamericana comandada por Peary y Cook. Pero antes de zarpar de Oslo cambia de planes. Hace escala en Madeira, donde su tripulación se entera que su objetivo no es el Estrecho de Bering, al norte, sino el punto más austral del planeta. Envía un cable telegráfico a Scott para anunciarle su nueva intención. Éste lo recibe en Melbourne pero, para entonces, la noticia ya es un escándalo mayúsculo para el resto de sus compatriotas, que consideran el cambio de planes del noruego, y su sigilo al ocultarlos, como una traición y hasta como una deliberada burla. El artículo de Cervera, en sus conclusiones, resume perfectamente el nuevo punto de vista sobre la carrera hacia la latitud 90º sur: En vencedor práctico y experimentado, un derrotado más romántico que capaz, que llevó hasta las últimas consecuencias su sueño, y cuyo heroico fracaso se convirtió en el modelo a seguir en un principio, cuando Amundsen aun era un personaje sospechoso, pero que el paso del tiempo habría matizado hasta sacar a la luz sus numerosos errores, su escasa capacidad de liderazgo y de toma de decisiones.

Pero ni la victoria es perpetua ni el fracaso impide la redención, aunque sea a largo plazo. Una tercera visión, aun más ponderada, que cuaja en los últimos años vuelve a redimir a Scott de su olvido en medio de la llanura helada. Porque hay una verdad incuestionable: Amundsen fue el primero en llegar a la meta, pero su expedición no le legó al mundo más que una proeza, mientras que la de Scott permitió ensanchar el conocimiento que tenemos del mundo. En un artículo reciente de Scientific American se nos explicaban los logros científicos de su legado, en especial los hallazgos de su compañero Wilson, que siempre tuvieron prioridad sobre otros logros planeados, incluida la gloria de ganar la carrera. Junto a los tres cadáveres, protegidos de las inclemencias de afuera incluso con más cariño que sus propios cuerpos, había 16 kilos de fósiles, además de otro material científico, que, quizá, de haber dejado abandonado les hubiera dado una opción para sobrevivir. Pero prefirieron invertir sus escasas fuerzas en llevarlos consigo a través del desierto helado, de salvaguardarlos para que tuvieran un cometido después de su muerte. Es más, la joya de la corona de ese selecto puñado de tesoros se había encontrado en el viaje de regreso. El fósil descubierto junto al cuerpo de Scott era un ejemplar de Glossopteris indica, un árbol extinto parecido a la haya de hace 250 millones de años.Su existencia en aquel lugar probaba la deriva de los continentes, que el continente helado estuvo en el pasado unido a un supercontinente ancestral llamado Gondwana. Este fue el otro gran legado de Scott y su gente, después de descubrir huevos de pingüino emperador, un eslabón perdido en la evolución que probaba las teorías de Darwin. El fósil de la planta fue encontrado en una morrena, bajo la montaña Buckley, a la que se habrían dirigido los 5 hombres, desviándose de su ruta de regreso, apostando fuerte por la ciencia, cuando ya escaseaban las fuerzas y los recursos, incluso los ánimos tras ver la bandera noruega en el horizonte. Una apuesta hecha con una audacia temeraria, digna de hombres que fijan objetivos a veces más elevados que su mero bienestar y que, tras perderla, después les constaría sus propias vidas. Los cambios en los puntos de vista, generación tras generación, son otra forma emocionante de abrir los ojos a lo que ocurrió en el pasado.


Documentación

Amundsen, el antihéroe que conquistó el Polo Sur - José Cervera - TVE

Cuatro cosas que el capitán Scott descubrió en Antártica (y una que lo descubrió a él) - BBC

Las cartas que Amundsen encomendó a Scott tras la conquista del Polo Sur - www.curiosahistoria.com

La conquista del Polo Sur: el triunfo de Amundsen y el trágico fracaso de Scott - www.ovejaselectricas.es

El peor viaje del mundo: la expedición de Scott al Polo Sur - www.nosinmibici.com

El héroe del hielo se deshace - Jacinto Antón - El País - 3/10/2010

Quien pierde gana - Rafael Argullol - El País - 13/2/2007

Scott en la Antártida - El cine de Solaris

Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida - Javier Cacho - Ediciones Forcola

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