sábado, 10 de noviembre de 2012

Comando ejecutivo 7

Comando ejecutivo 7

La primera generación de habitantes de Ariadna 13 construyó el acelerador de partículas tras calcular las fuerzas gravitatorias implicadas y estructurar su sistema solar. La segunda lo uso de forma sistemática e ininterrumpida durante décadas, e hizo hallazgos que revolucionaron el conocimiento de la física, penetrando en la zona de sombras de la mente del creador, si es que hay tal en alguna parte -A mi no me consta. He tratado de conectar muchas veces con ella con mi mente de telépata para descifrar su voluntad sin encontrar nunca vestigios de ella-. La tercera trató de encajar lo descubierto en la realidad tal como se sospechaba que era, en el paradigma de la ciencia, para sacarle todo el provecho teórico, económico, tecnológico y cosmo-estratégico posible. Y encontró que ese paradigma estaba superado, que había que buscar otro alternativo, más eficiente y amplio, que englobara los nuevos saberes, hasta entonces más allá incluso del alcance de la imaginación más calenturienta. Hubo que tirar algún tabique, incluso algún muro de carga que otro, reconstruir algunos de los pabellones del conocimiento, pero el edificio resultante fue soberbio. Y solo habitado por el personal de la corporación, que disfrutaba de él sin compartirlo con ningún otro colectivo, político o empresarial.

Cierta promoción recién graduada en la Universidad de Harvard, allá en la Tierra, fue pionera en el desarrollo de teoría de los multiuniversos. Por algún motivo, tal vez una eficiente inducción sobre los nuevos licenciados superiores por parte de sus profesores, o a través suyo de quienes gobernaban a éstos desde instancias políticas,  casi todos ellos decidieron orientar su carrera hacia este novedoso campo. Sus primeros avances en la creación de un campo matemático para la expresión de la multiplicidad de realidades y para la creación de algoritmos de cálculo para infinidad de aplicaciones, llegó a la consideración del consejo de administración de la Corporación y 42 de aquellos ex-alumnos de Harvard desaparecieron, sin más, durante un vuelo transoceánico, en el espacio aéreo de Portugal, a la altura de las Azores, camino de una convención de Cosmología y Física Cuántica en Londres. Evento al que habían sido invitados todos ellos, junto a otros 14 compañeros más, que excusaron su presencia por distintos motivos. Todos ellos dolorosamente ciertos, a pesar de que aparentemente salvaran sus vidas, porque la convención iba a suponer un hito muy importante en sus carreras. Los supervivientes fueron quienes desarrollaron una versión más pobre y bastante menos útil del nuevo paradigma, que ahora maneja de forma exclusiva el gobierno de los EE.UU., aunque sea consciente de que lleva un retraso de décadas en el conocimiento de la teoría respecto a la Corporación, y de que la brecha se agranda con los años. El avión se estrelló en el mar, en algún lugar cerca de la Isla de San Miguel, con sus 592 pasajeros. Los físicos teóricos fueron trasladados sanos y salvos a la división en la que ahora estamos y fueron quienes cimentaron la tecnología que se aplica en este laboratorio. Del resto del pasaje no se sabe nada. Demasiados cabos sueltos, me dijo de forma enigmática quien me contó todo esto, con una expresión en la cara como dando a entender que sabía que yo comprendía a que se refería.

Dos partículas con iguales propiedades cuánticas son indistinguibles entre sí, son una misma cosa para ciertas soluciones del campo matemático, aunque para otras la situación pueda compararse a un solape completo de identidades. Fue el primero de la promoción perdida quien dio con la clave: dos partículas que comparten las mismas propiedades cuánticas y vulneran el principio de exclusión de Pauli duplican el número de universos presentes en el campo de ecuaciones. Durante su corto periodo de vida los dos universos coexisten en un mismo punto, el ocupado por ambas partículas. Esa simple formulación fue el cimiento para la construcción de un ingenio que permite trasladar a una persona a universos alternativos. Sus seis primeros tripulantes acabaron desarrollando exóticas enfermedades o anomalías mentales no conocidas hasta entonces, según me explicaron, para que supiese a que riesgos me enfrentaba. Aunque nunca me dijeron si había un porqué para este problema. Tampoco si había alguna forma de prevenirlo. Los viajeros regresaban disociados de nuestra realidad, o excesivamente sensibles a ella. El segundo de los astronautas del multiverso acabó suicidándose al no poder soportar en exceso en el caudal información al que de repente se veía expuesto. Otro de ellos, aun vivo por lo que se, sabe leer el futuro, aunque no sea consciente de ello y mucho menos sepa como comunicarse con quienes no están en el que cree que es su presente. Una forma menos cabal pero más comprensible de explicarlo es que vive en ese tiempo que es futuro para nosotros, pero presente para él, y que le hace parecer un loco, aunque es posible que desde su punto de vista actúe de forma cuerda y coherente. Permanece encerrado en una cámara acorazada de algún lugar de este complejo. Muy de vez en cuando aporta información útil. A veces incluso en extremo valiosa, por lo que un nutrido equipo de guardias, adiestrado en reconocer patrones en su cháchara y proceder aparentemente incoherentes, lo vigila día y noche para que nada se escape al cedazo de su pesquisa y para que esa información, que es puro diamante en bruto, pueda ser utilizada lo más pronto posible, antes de que prescriba su utilidad. De los otros cuatro no tengo información concreta. Aunque sospecho que dos de ellos murieron durante alguno de sus viajes y los otros dos viven de alguna forma en nuestra realidad, prestando de por vida a la Corporación extraños pero valiosos servicios.

Me eligieron para este trabajo, según me dijeron, por mi dureza mental, mi capacidad telepática y mi impermeabilidad a la intrusión de otras mentes en la mía. Fue el fénix quien me propuso y el equipo encargado de los experimentos en el multiverso estuvo de acuerdo en que reunía las cualidades que consideraban básicas. Ser prescindible es la primera de ellas, aunque no lo mencionasen en la primera toma de contacto que tuve en el despacho del director del proyecto, el primogénito del máximo impulsor de la Teoría de Multiplicidades. Mi primer viaje siguió los pasos de uno de mis predecesores. Estuve dos años viviendo la vida de un químico, un analista de aguas en una central depuradora de lo que podría considerarse una versión alternativa de Seattle. Viví aquella vida como un robot. Como un parásito secreto pero inofensivo en la mente de mi huésped. Las cosas sucedían más allá de mi voluntad. Podía incluso abstraerme de la realidad que experimentaba y aun así seguir moviéndome, hablando, sintiendo. Actuaba como la marioneta de un titiritero. Mi regreso aquí se produjo solo un instante después de mi partida. El tiempo de otros universos no está asociado al nuestro, no describe trayectorias paralelas. Habían elegido aquella vida para entrenamiento de viajeros porque la supusieron lo suficiente rutinaria y anodina como para que fuera instructiva sin ser peligrosa. Máquinas sonda permiten poner ojos y oídos en universos alternativos para auscultarlos. Un equipo concienzudo integrado por 200 personas se dedica desde hace 7 años a cartografiar universos alternativos distintos. Es un trabajo que jamás acabará porque las soluciones alternativas del campo de ecuaciones son infinitas, como infinita es la duración del tiempo en cualquiera de esas soluciones.

En mi segunda experiencia, que repetí hasta tres veces, y que abarcaba dos años y siete meses de la vida de un combatiente de las guerras del Peloponeso, alguien que murió luego de ese periodo por la misma plaga de peste que se llevó por delante al mismísimo Pericles, aprendí a interferir en una realidad alternativa. Se requería más de un viaje para lograrlo, puesto que había que anticipar el momento, conocerlo previamente, estar prevenido para poder concentrar toda la fuerza de voluntad en una acción concreta. Esta posibilidad, que yo iba a ser el primero en lograr, se circunscribía a acciones muy simples del ser parasitado, cuya trascendencia sobre el futuro de esa realidad quedaba a expensas de la capacidad para agrandar la injerencia de la acción de ese proceso que suele nombrarse como el efecto mariposa. Según me dijeron mi capacidad para variar el comportamiento de mi huésped, de intervenir en alguna de sus decisiones, se veía reforzada por mi capacidad telepática. 9 años necesité para lograr que la mente que parasitaba aplicara más o menos fuerza a un lanzamiento de su lanza, o cambiara de objetivo, que alzara una mano de forma involuntaria. En una reunión en la asamblea a la que asistía le hice votar lo contrario de lo que había decidido ante su propia extrañeza. Un logro ínfimo, que no altero el sentido global de la votación de los que allí se reunían, pero que al volver a esta realidad me valió un aplauso eufórico de todo el equipo. Lo que ellos no comprendieron es que entre mi acción y el premio por ella mediaban 7 meses de mi tiempo subjetivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario