lunes, 25 de junio de 2012

La niña y el oso / 10.- El presente

La niña y el oso / 10.- El presente

- ¿Por qué las cosas no podían seguir siendo simples como al principio?

Phil tenía cogida una margarita entre los dedos de la mano derecha. Con la izquierda se apoyaba en el suelo para poder mantenerse sentado con las piernas estiradas.

- Nosotros mismos somos los que las complicamos al cambiar nuestro nivel de exigencia.

El hada estaba sentada frente a él, con la espalda recta. A Phil le dolían los huesos de la columna con solo mirarla. Los hombros rectos, las piernas esbeltas plegadas la una sobre la otra. Sin tensiones aparentes, con una expresión de tranquilidad en el rostro. Aquella mujer tenía que ser gimnasta. Últimamente a él le crujían las articulaciones más de los debido. Se estaba haciendo viejo de veras.

- Yo no pedí nada.

- No es lo que pides sino lo que esperas obtener. Si no esperases más no estarías triste y desilusionado.

- ¿Quien ha dicho que lo esté?

- Si vamos a discutir también lo obvio no arrancaremos nunca.

El silencio que siguió a la afirmación del hada fue un reconocimiento tácito de que habían encontrado un punto de partida para aquella conversación.

- ¿Qué hago aquí, Phil?¿Qué quieres que haga para hacer que desaparezca de tu rostro esa expresión de mártir?

- Requiero tus servicios de hada. Quiero que hagas un hechizo. Me dijiste una vez que tu lo puedes todo.

- Yo solo puedo hacer que lo que es se evidencie, nada más.

- Sonaba más impresionante cuando lo explicaste la otra vez. Solo quiero que me ayudes con tu magia.

- La magia no existe, Phil. Tal vez el pensamiento alternativo.

- Parecen palabras subversivas en labios de un hada. Si la magia no existe tú tampoco.

- No te quito la razón.

Sus ojos verdes eran dulces, le miraban con simpatía. Quizás con un pizca de condescendencia, como se mira a un niño que hace travesuras, pero inofensivas para él mismo y para su entorno y se le puede dejar jugar a sus anchas sin peligro.

- Te lo vuelvo a preguntar, Phil ¿por qué me has convocado?¿Qué es lo que quieres de mí?

- Como si no lo supieras.

- Ya lo creo que lo se, habría que estar ciego para no verlo, pero quiero oírtelo decir. Esto funciona así: Me pides algo de forma clara y explícita, y te lo concedo si es razonable y está en mi mano.

- Quiero que me vuelvas humano.

El hada río con una risa franca. Algunos pájaros que dormían en los árboles abrieron un ojo para ver que pasaba. Luego la risa cesó de forma tan abrupta como empezó y el silencio que siguió se espesó hasta fraguar en una negativa: "No".

- ¿Ya está, hemos acabado la negociación? ¿Por qué no? Te daré la cantidad que quieras de lo que sueles pedirme. Toda mi despensa de frutos del bosque. Además, porque te ríes.

- Me río porque me ha hecho gracia tu expresión de súplica. Ahora entiendo porque eres su juguete preferido. Seguro que ella se lo pasa tan bien como ahora yo resistiéndose al principio a darme gusto. Pero lo que pides es absurdo, aunque previsible.

- Te equivocas, tiene mucho sentido y será una total sorpresa para ella. Si me convierto en humano podremos estar juntos para siempre, podré vivir en la ciudad, ella me querrá como se quiere a una persona, no a un juguete.

- No puede ser, Phil.

- No me quieres ayudar. Siempre me dió la sensación de que estabas a mi lado, que tenía tu simpatía en todo este embrollo.

El hada cerró los ojos como si tratará ahora de descansar. La serpentina pulida desapareció tras sus párpados y por un momento fue como si el mundo dejará de tener colores. Suspiró profundamente, despacio, como si buscara la calma en un pozo demasiado profundo.

- No, no es eso.

- ¿Entonces que es?

- Tú ya eres humano, Phil.

El oso dejó de apoyarse en la mano izquierda y se recostó sobre la yerba. Encogió las piernas para ocupar menos espacio, como un niño que se enrosca tratando de recordar su pasado en el vientre de la madre. Hacía fresco. La madrugada era fría. No había nubes en el cielo. Las estrellas brillaban esplendorosas en aquella penumbra sin luna. Estaba oscuro. Se veían el uno al otro solo como sombras difusas que se fundían en la oscuridad del bosque.


- ¿Me estás hablando de forma alegórica o algo así?


- Aquí no, Phil.


- ¿Aquí no el qué, hada?


- No es aquí donde eres humano.


- Te refieres que lo soy dentro de mi corazón o algo así.


- Bueno, eso también, pero me refiero a este escenario. Aquí eres un oso porque así lo decidiste en su momento.


- Te entiendo cada vez menos y me estoy empezando a angustiar. ¿Quieres pipas? 


- Si tienes.


- Necesito hacer algo y tanto estrés me está dando hambre. No puedo comer cosas que engorden, quiero adelgazar para ella. La delgadez les gusta a los humanos.


El hada sonrió y ladeo la cabeza. Aquel oso despertaba su ternura. Tenía que explicárselo todo. Pero si lo hacía todo iba a cambiar para siempre. Y las consecuencias del cambio repercutirían en todos. También en ella. Y no sabía en que forma y en que grado, si sería para bien o para mal. Para mejorar las cosas o para estropearlas para siempre. El equilibrio del que dependía todo era demasiado frágil y abarcaba demasiado poco


- Respóndeme una pregunta: ¿Te acuerdas de tu infancia?


- ¿Debería? La verdad es que no mucho. Bueno, nada en absoluto.


- ¿Recuerdas como conociste a Ruth?


- Como si acabara de ocurrir. De repente estaba ante mí. Y la vi a pesar de que era diminuta.


- ¿Y antes que eso?


- No se, aquello fue como un arranque, un punto de partida. Lo demás no es demasiado importante.


- Exacto. Eso es. En ese momento empezó todo, aunque quizás tengas recuerdos de cosas anteriores. ¿Que hacías justo cuando saliste del bosque y la encontraste ante tí?


- Corría.


- ¿Hacia donde?¿Por qué motivo?


- No se, lo he olvidado. A lo mejor no había motivo o destino. O quizá no era relevante. Si lo fuera lo recordaría. ¿No?


- No lo recuerdas porque todo es un sueño, Phil. En los sueños importa lo que ocurre, lo que nos quiere decir, y no los porqués.


- ¿El que es un sueño?


- Todo. Tú y yo, lo que nos rodea, el lugar en el que estamos. Las estrellas reflejadas en el espejo ahí abajo flotando en la superficie del agua entre los ranúnculos. Nuestras sombras. Lo que decimos y lo que pensamos, que por una vez son lo mismo. Todo es algo que sueñas para no estar despierto y vivir tu vida real, donde eres humano y no puedes tener a Ruth, que es lo único que deseas.


- Que pena no haber tomado notas, ha sido impresionante... ¿Me vas a decir que abra los ojos y voy a aparecer aterido en un tanque de congelación criogénica?


- Escúchate, Phil. Así no hablan los osos. Haces referencia a una película como si en el bosque hubiera cines o televisiones.


- En casa de Dolores hay una bien grande.


- ¿Y recuerdas haberte sentado ante ella?


- Pues creo que no.


- Claro. No se sueña para ver la tele, sería absurdo.


- ¿Piensas que me voy a creer algo tan descabellado?


- Me crees ya porque sientes que es verdad. Pero te da miedo admitirlo, la posibilidad de que tengas que despertar. Ni me voy a esforzar en tratar de convencerte, la claudicación vendrá sola.


Hacia el oriente empezaron a apagarse algunas estrellas. Comenzaba el amanecer. En algo más de una hora el sol asomaría el hocico para husmear el mundo.


- ¿Ella es real? Aquí dentro me refiero.


- Creo que este sitio lo creasteis entre los dos para tener un refugio donde estar juntos. Aquí tú eres un oso porque ella quiere verte así en sus sueños y tú la ves como una niña porque es como más cómodo te sientes.


- Pero ya no lo es.


- Has vuelto a dar en el clavo. Tú quieres ser humano y ella crece. Tan raro que en el paraíso las cosas se transformen. La perfección no admite cambios sino para empeorar los principios. Os reveláis contra el sueño, a vuestras respectivas imposiciones.


Phil dejó correr los segundos en silencio un momento. se oyó el sonido de la cáscara de una pipa al quebrarse.


- ¿Y por que esas imposiciones?


- Creo que para eliminar un elemento de la ecuación. Para desterrar un factor que puede corromper las cosas y evitar que perduren para siempre.


- ¿Cual?


- El reclamo de la piel, Phil. La tiranía de los cuerpos. Ese impulso que te lleva a desear que su olor perdure en tus manos tras tocarla.


El oso pareció tubarse. Sacudió uno de sus pies. Dejó de comer pipas. Se levantó y volvió a tumbarse sobre la hierba. Ocultó su rostro con sus manos y tras un profundo suspiro pareció relajarse al fin.


- Ahora mismo tengo sueño, hada. ¿Si me duermo despertaré en el otro sitio distinto a este y lo haré como un humano?


- Quien sabe.


- ¿Hada?.


- Dime. 


- ¿Y tú, eres real?. 


- Esa pregunta es la más relevante. Al menos para mí. Lo he pensado y creo que sí, así quiero creerlo. Soy aquella a quien contaste el secreto. Tal vez escribiste un cuento y me lo diste a leer. Tal vez hablamos una madrugada como esta allá donde las cosas son de otra forma. Tal vez lo estemos haciendo en este mismo momento y te esté persuadiendo para que hagas algo.


- ¿Algo como que?


- Algo como despertar de tu letargo y que afrontes tus deseos. Que trates de lograr que se hagan realidad o renuncies a ellos definitivamente.


- Parece interesante. Lo meditaré detenidamente cuando me despierte.


El amanecer los sorprendió dormidos y hasta muy avanzado el día no se reincorporaron a la actividad del bosque y sus habitantes.






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