martes, 24 de enero de 2012

La niña y el oso / 6.- El hada

La niña y el oso / 6.- El hada

- No me dejas pasar.- Dijo la mujer de ojos color serpentina.

- Lo mismo va a ser que no quiero que pase.- Contestó el oso con calma.

- ¿Eres vigilante jurado del bosque?- había una sonrisa burlona en sus labios curvados, a medio grado de arco del sarcasmo.

- No, señora, soy el guardián de mi casa.

La mujer puso sus ojos fijos en los del oso. Aquella cara peluda tenía la expresión del rostro relajada, impasible, como una escultura.

- Solo quiero recolectar algunas frambuesas.

El oso ladeo la cabeza. Movió las aletas de la nariz en un gesto de emoción que a la mujer le enterneció un tanto.

- Esas frambuesas ya tienen destino.

- En realidad no. Hace tiempo que no las recolectas porque te falta la persona a quien regalárselas.

- ¿No me diga? Pues las destinaré a consumó personal.

- Serías incapaz. La última que probaste una, hace tres días, te provocó llantina. Normal, tantos recuerdos...

La expresión de la cara del oso era como la de quien ve llover tras el cristal de una ventana, como la de quien ve pasar el tiempo como el vuelo errático de un insecto, sin ganas de atraparlo, de aprovecharlo en nada útil.

- Necesito las bayas y se pudrirán de todas maneras.

- Es bonito verlas madurar.

- Ay, no finjas ser un mal tipo, que te conozco. Además, puedo pagarte.

- De verdad que no sabría que hacer con el dinero.

- En especias.

- ¿Es consciente de lo mal que suena eso, señora?

- Haciéndote algún trabajito que pueda ser de tu agrado.

- Señora, la entedí a la primera y no estoy interesado.

- No tonto, me refiero a algún trabajito de magia. Soy un hada.

- Acabáramos.

La mujer movió las alas de forma coqueta y el aleteo le permitió despegar los pies del suelo algunos centímetros. Volvió a posarse lentamente. Tomándose su tiempo. Gozando del placer de estar suspendida en el aire.

- ¿Y qué con eso? Conozco un colibrí que hace eso mismo, pero se posa en el suelo boca abajo.

- Mucho los dudo. Los colibris se marean haciendo el pino. ¿Vamos a estar discutiendo toda la mañana?

- ¿Dígamelo usted? Yo no tengo mejor cosa que hacer.

- ¿Qué te gustaría recibir a cambio de tu predisposición a ayudarme? En realidad es una pregunta retórica. Se que es lo que más deseas en el mundo.

- Sorpréndame. Hasta ahora lo está haciendo francamente bien.

- Quieres que alguien retorno a tu vida.

El oso, se rasco una oreja. Era un tic que tenía cuando le pillaban in fraganti en mitad del descampado. Por eso no jugaba al póker con la ardilla y las ranas. ¿Para que tendría que haber alertado a aquella loca? Un acierto en un tiro disparado a ciegas. Eso era todo.

- ¿Y que podría hacer usted al respeto?- Sabía que había caído en su juego, pero aquello era importante. Como si había que bajar a los mismísimos infiernos, o subir a la montaña donde vivían los lobos. Hay propuestas que no pueden despacharse sin ser escuchadas por lo mucho en juego que suponen.

- Yo puedo procurarlo todo.

- Eso es tener surtido, diga usted que sí.

El hada plegó sus alas y se sentó sobre la hojarasca de los robles. La mañana era calurosa y el frescor de las hojas húmedas por el rocío del amanecer reciente era ciertamente agradable.

- Ven aquí conmigo, oso bonito.

- ¿Cómo dice, señora?

- Phil, vamos a llevarnos bien, te conozco desde que naciste, se lo que piensas porque he estado en el interior de tu cabeza innumerables veces. Conozco el interior de tu cráneo como si fuera mi propia casa.

- Osea, que es usted mi hada madrina.

- No, Phil, a ver si nos entendemos. Yo no apadrino animales. A veces tengo alguno como mascota. Procuro estar informada sobre tí porque me caes bien. Del verbo me gustas, pedazo de osazo.

Phil se ruborizó. Su experiencia con féminas se limitaba a aquella osa con la que una vez se cruzó y con la que pasó algo muy embarazoso que no sabía explicar como comenzó ni porque acabó como acabó. Y, por supuesto, Ruth, mucho menos peluda y que le suscitaba sentimientos más claros pero más sutiles.

Colocó sus posaderas junto a la dama de alas doradas. Su corpachón le impedía adoptar la posición del loto que había adquirido ella de forma tan elegante. Le hubiera gustado. Nunca sabía donde poner cada parte de su cuerpo cuando se recostaba en el suelo.

- Lo que tienes que meditar seriamente es si quieres que vuelva, que te la traiga. Ya se que tú crees que sí, pero lo que uno desea si pertenece al pasado no siempre trae la felicidad si se recupera.

- No la entiendo.

- En el tiempo que no la has visto ella ha cambiado. Quizás la forma en que es ahora, como vive su vida y con quien, no te guste, o te hiera.

- Yo nunca le he dicho como tiene que vivirla. Es más bien al revés. Me mangoneaba mucho, ¿sabe? Que si aprende a nadar, que si disfrázate de abeja. Si es que me da igual si vuelve o no. No vea que tranquilidad sin ella poniendo el bosque manga por hombro.

- Phil... Tienes una forma tan adorablemente torpe de mentir...

- Está conversación me parece que no va a ninguna parte. Puede usted llevarse las frambuesas sin más. Tiene usted razón. Van a marchitarse. A mi me sientan mal.

- Si me los pides haré que vuelva.

- ¿Así sin más?

- En cuanto me lo hagas saber.

- Solo por ver como lo hace.

- Por ahí viene.

Efectivamente. Ruth apareció en el linde del prado, al otro extremo de donde estaban. Surgió de entre la fila de fresnos que bordeaban el arroyo, descalza, seguramente para cruzar el cauce y gozar del frescor del agua. Le gustaba hacer esas cosas. Ya en la zona de hierba siguió descalza, esta vez para sentir en la planta de sus pies la suavidad de las hojas de los tréboles y las gramíneas.

- Hola tontorrón- Le dijo. Tras más de un año sin verse le saludaba así. Ya se estaba arrepintiendo de haber deseado su vuelta. Iba a protestar, pero no supo que decir. Estaba abrumado por la visión de ella. Vestía un traje entallado bajo el pecho y que solo le llegaba a las rodillas. Tenía el pelo cortísimo. Ay, su pelo, le dieron ganas de llorar. Esas coletas que ayudaba a trenzar cuanto no despegada más que unos pocos palmos del suelo. Pero así estaba turbadoramente guapa. Trató de improvisar un hola pero su garganta se negó a emitir ningún sonido. Seguía sentado en el suelo. Miró a su derecha para pedir ayuda, pero la mujer de alas doradas y ojos como rocas pulidas había desaparecido.

- ¿No me vas a decir nada? El trecho hasta aquí ha sido muy largo y estoy reventada. Tengo tanto que contarte.

- Ah...- Se le quedo la boca abierta tras el esfuerzo por emitir algún sonido.

- Bobo. Ni siquiera me vas a dar un beso. Qué rencoroso. Te la vas a cargar.

- ... Feliz...

- Cállate, tonti, que me vas a hacer llorar.

Se abalanzo sobre él y se le abrazó como si fuese un gran cojín viejo que poder estrujar. Tras zarandearlo un rato como si fuera un muñeco, mientras se reía como una loca de puro regocijo, se quedó quieta sobre su corpachón, como si se hubiera dormido. El contuvo la respiración para no despertarla. Sintió la humedad de sus pies aun mojados y los envolvió muy despacio con los suyos, grandes y peludos, para abrigarlos y secarlos, para que no sintiera frío. Y así estuvieron, el boca arriba sobre el suelo y ella dormida sobre su regazo, como tantas veces cuando era muy chica, hasta que la Luna vino a darles las buenas noches.

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