martes, 5 de julio de 2011

Comando ejecutivo 3

Comando ejecutivo 3

Aquel tipo no tenía nombre. No me lo dijo. Tampoco se lo pregunté. Ni siquiera lo pude leer en su mente. El si sabía el mío. Y no me sonó más extraño en sus labios que en el de otros. Pocas veces lo oigo. Pocas veces converso con otro ser humano. Pero el sabía las preguntas adecuadas, los argumentos que tenía que esgrimir para convencerme. Aunque los dos sabíamos que mi capacidad de decisión era nula. Fue lo primero que me dijo. "Podría imponérselo. Ni siquiera tendría que haberme arrastrado hasta aquí para comunicárselo. Pero, lo crea o no, tiene todas mis simpatías y lo respeto. Lo pusieron bajo mi tutela cuando era usted un niño y estoy al tanto de todo lo que le ocurre. Lo se, el trabajo que lleva a cabo aquí llega a ser un infierno solo los mejores días. Luego volveremos sobre eso". Es curioso, pensé al reparar en sus rasgos, parece joven, y lo que acaba de decir implica otra cosa. Estaba ante un Fénix. Es el nombre que dan a los que no envejecen. Es algo a caballo entre la realidad y el mito. Oyes hablar de ellos alguna vez, pero ni crees ni dejas de creer que sea posible. He visto cosas extrañas a lo largo de mi vida. Hacer esta afirmación en tu presencia, decírtela a tí es algo casi perverso. Algunas de esas cosas me han vuelto loco o han enloquecido el mundo a mi alrededor. Así que miré sus rasgos de casi adolescente y archivé esa información como otras tantas cosas que no comprendo y que se que jamás me serán explicadas.

"Hay quejas sobre usted. Ya sabe, nada concreto, pero se insiste en ciertos datos más de lo razonable. Le he defendido porque lo merece. Sus niveles de productividad son más que satisfactorios. Hablan en su favor tan bien que no debería ser necesario que los subrayara. Pero ciertas cosas pesan en su debe". Hizo una pausa para mirarme. Había una interrogante mudo en su mirada. Me estuvo contemplando unos segundos, creo que mis reacciones, las expresiones de mi rostro. Y en un momento dado esa interrogante desapareció como si hubiera obtenido respuesta. Me pregunté quien de los dos era el telépata. "Me han enseñado su expediente. Tuvo usted una relación en esta colonia. Lo se, nadie lo prohíbe. Pero los dos sabemos que nada puede parecerle más inconveniente a los administradores de la explotación. Usted por que puede leer sus mentes. Yo, entre otras cosas, porque ayude a redactar las normas que aquí imperan. En especial las que nunca llegaron a escribirse". Se que no fue un desliz, que era un dato que él quería que estuviera en mi conocimiento. La explotación minera de Júpiter llevaba funcionando al menos 80 años.

"Se lo explicaré. Quiero ser franco con usted. Llega un momento en la vida en que te das cuenta que la mentira solo retrasa las cosas, que la verdad lo simplifica todo. Incluso a veces te permite acercarte a la otra persona. Y es tan raro sentirte próximo a alguien". Era genuina melancolía lo que escuchaba en su tono de voz. Él no tenía por que fingir ante mí. "No quieren que se establezcan afectivos entre ustedes. Se que el cinismo es más convincente, pero la mayoría de la gente lucha antes por proteger a quienes quiere que por tener más o vivir mejor. Algún día esta cochina colonia estallará por los aires o a alguien con responsabilidad le herirá en su sensibilidad y no parará hasta que quede clausurada. Mientras tanto haremos que funcione con la máxima eficiencia. En Neptuno opera una similar donde predominan las mujeres como aquí lo hacen los hombres". Abrió la carpeta y miró la fotografía. "Era hermosa. Se lo concedo. Pero buscar su compañía le ha sentenciado aquí. Ahora me veo obligado a trasladarlo. Y las alternativas no son mejores que esto". ¿Había cansancio en su mirada? Alguien de la edad que aparentaba no podía rezumar tanto cansancio. "Si le traje aquí fue para acelerar su liberación. Cada día en esta poza séptica es un minuto menos de discusión con quienes decidirán cuando ha llegado su momento para ser liberado. No ponga esa expresión. Si le dijese quien dirige todo esto en realidad no me creería. Habrá llegado a pensar seguramente que los no telépatas les explotan además de por lo útil de su don, porque les envidian y por eso les odian. Pero lo cierto es que a menudo los que más nos odian son quienes más se nos parecen".

Lancé una mirada furtiva a la fotografía. Roxana. Irónico nombre para alguien a quien jamás tuve que hablarle, a quien no pude ocultar ni mi amor ni mis defectos. Como un cascabel llevaba su nombre en mi corazón. Si es que lo tuve alguna vez. Corazón, quiero decir. "Hermosa hasta emocionar mirarla. También estaba a mi cargo". De nuevo esa mueca de melancolía en su sonrisa. "¿Sabe qué?. Le envidio. Ojalá solo echara de menos a una sola persona. El día que la conocí ya me odiaba. Supongo que el traerla aquí no debió mejorar mucho su opinión sobre mí. Pero también urgía acelerar su proceso". Sus ojos estaban húmedos. Mi carcelero estaba llorando. "Te llevaré a un sitio en el que llegarás a odiarte a ti mismo. Aquí al menos es a otros a quienes odias. Me han solicitado tu participación. Les ha impresionado tu entereza. Ya ves, lo mismo que unos censuran tus sentimientos otros los aprueban. En este caso la aparente carencia que muestras al respecto". Miró uno de los informes de la carpeta. "No alteraste tu rutina cuando te notificaron su muerte. Eso ha impresionado a algunas personas. Falta de lectura comprensiva. Harás esto que te ofrezco y si sobrevives al encargo tendremos por primera vez una conversación auténtica. una en la que también hablarás tú. En la que tendrás derecho a preguntar. Llegarás a saber todo aquello que seas capaz de asimilar, aunque tras tu nuevo trabajo sabrás asimilar cualquier cosa. Me han hablado por encima de lo que se trata y suena a chiste. Pero me lo dijeron tan serios y el prestigio científico de quienes hablaban es tan grande que asumo que es cierto".

Tuvimos aquel encuentro en mi habitáculo. Cuando acabo se levantó y no hubo despedida. Tenía prisa. No volvió la mirada. Abrió la puerta y dejó que se cerrase tras de sí. Ahora aguardo su regreso, que se que está próximo, como espero impaciente tu partida. Sí, amé a alguien antes que a tí, es decir, antes de amar a aquella de quien eres su eco. Y en ambos casos fuí quien les procuro su muerte.

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