martes, 22 de marzo de 2011

Cine y TV (24) / Solaris - Steven Soderbergh

Solaris - Steven Soderbergh - 2002

Es desde luego Steven Soderbergh un director camaleónico, capaz de variar de estilo, de imprimirle distintas facturas a sus películas. Un caso parecido al de Danny Boyle, quien en cada propuesta parece cambiar de modo de filmar, objetivos y estilo visual. En ambos directores cada película pertenece a un género radicalmente diferente a la de la anterior.

Suponiendo que sepamos a que género pertenece Solaris, cuyo contexto y decorado de Ciencia Ficción, parecen más bien un recurso para poder plantear preguntas difíciles de ensamblar en los argumentos de otros géneros, más proclives a lo prosaico. Como la identidad del individuo, sus fronteras cuando nos aproximamos demasiado a los demás. La naturaleza de la realidad y su origen esquivo, la fuente inoquivoca de aquello que podemos considerar como cierto más allá de nosotros, de nuestros anhelos que distorsionan nuestra capacidad de percibir, analizar y razonar. Incluso cuando el film se adentra en el territorio de lo tecnológico, donde podría justicar la adscripción a la Ciencia Ficción, el guión no tiene ningún problema en mostrar su falta de pericia en asuntos tecnológicos, el desprecio o la pereza por asumir las convenciones del género, el desinteres por la credibilidad científica de lo que se narra. La explicación acerca del origen de los seres misteriosos que visitan la nave que orbita Solaris, la posible forma de combatirlos, de devolverlos a la nada de la que surgen, no puede ser más esquemática y desganada. Se invoca a los bosones de Higgs para constrir muy vagas explicaciones, apenas sin esqueleto verbal, no digamos ya teórico, y asunto resuelto.

Pero el foco de atención no está ahí sino lo que pasa en las cabezas de los personajes, tanto en los supuestamente reales como aquellos que existen más que sospechas de que pudieran ser imaginarios, producto de un apsicosis colectiva en la tripulación de la nave. De hecho el enfrentamiento de esos personajes a su propia naturaleza virtual, inconsistente, es uno de los aspectos más interesantes del relato.

Goorge Clooney es Chris Kelvin, un psiquiatra todo lo traumatizado que cabe esperar en un película psicológica que se precie. Se nos presenta al principio de la película en un estado de ensimismamiento que solo de forma muy esporádica abandonará a lo largo de la narración. A lo largo del relato iremos encajando las piezas del puzzle de su estado de ánimo para descubrir que su estolidez a ratos y falta de pulso casi siempre, se deben al cuicidio de su mujer, del que se siente directamente culpable, casi brazo ejecutor. Se conocieron en una fiesta de un amigo común y hubo un deslumbramiento mutuo, a medio camino entre el juego y la revelación, perfectamente narrado en las expresiones de Natascha McElhone, uno de los mayores atractivos del film, sino el mayor. Su forma de mirar, de eludir la mirada del otro cuando el sentimiento abruma o la respuesta es elusiva, sus ojos enormes que no necesitan modificar su expresión para inducirnos todo un deslumbrante abanico de emociones en nuestro interior, para explicarnos las que experimenta de su personaje. Mujer de rostro caleidoscópico, capaz de hipnotizarnos, como la imagen del planeta Solaris. No se si era un objetico de Soderbergh, pero en los rasgos de la actriz se adivina casi un parentesco con los de su progenitor Solaris. Ese fluir de la luz en forma de hachones, de cordones blancos que lentamente zigzaguean por la faz del planeta.

Natasha McElhone en Solaris

Kelvin es conminado a viajar hasta la estación en órbita geoestacionaria en torno a Solaris, planeta del que una innominada corporación  intenta averiguar si tiene algún uso científico o económico. Los tripulantes de la nave han sufrido algún tipo de percance que amenaza la misión. Alguno de índole mental, suponemos, ya que se acude a la ayuda de un psiquiatra. Es curiosa la escena en que se le plantea la misión, en la que no vemos las caras de los interlocutores de Kelvin, cortadas y fuera del encuadre en que él aparece de espaldas. Cuando vemos su rostro comprobamos su falta de pulso emocional. Ningún atisbo de reacción a la propuesta de ser enviado a otro rincón de la Galaxia. Lejano sin duda del nuestro, ya que se alude de pasada a que deberá viajar en estado de hibernación. La pieza de convicción es el supuesto apuro en el que se haya un amigo suyo, destinado en la nave.

Cuando llega a la estación espacial la situación con la que se encuentra es difícil de describir. Han ocurrido cosas truculentas, pero no sabemos cuales, quienes han sido sus víctimas, porque motivos han acontecido, siquiera tenemos claro del todo cuales han sido sus consecuencias. Rastros de sangre que pueden verse en muchos rincones de la nave delatan varios episodios de violencia. Muy lentamente vamos conociendo al resto de personajes. El amigo que fuera la razón para viajar hasta allí ha muerto. El primer tripulante con el que contacta es Snow, personaje magníficamente interpretado por el actor Jeremy Davis. Su modo de comportarse semeja un agitador para cóctel. Si la trama ya es oscura y carente de asideros, la forma de hablar y gesticular de Snow no hará otra cosa que agitar la mezcla para que se convierta en un misterio homogéneo, igual de insondable desde cualquier punto de vista.

La elección de Jeremy Davis para este papel es otro acierto más del casting. Su tartamudez, más producto de su incapacidad para expresar la confusión de emociones que siente que por un problema de dicción, esa forma tan curiosa de recomponer las frases a la mitad de ser formuladas, des reiniciarlas desde el principio de otro modo, de dejarlas sin concluir, parece ser marca de la casa, ya que era una característica, aunque no tan acusada, del personaje que interpretaba en "Salvar al soldado Ryan", un soldado refugiado toda la contienda en una oficina que de repente se ve inmerso en una situación de combate que le supera y exacerba su ya de por sí insegura personalidad. En Solaris, ese hablar dubitativo se adereza con un gesticular torpe, a veces desacompasado con el habla, otras traducción literal de los parlamentos que no se entienden por que nada dicen en realidad. Todo el tormento interior del personaje tiene su causa, y que conoceremos hacia el final del metraje. Kelvin le pedirá a Snow en su primera conversación una explicación de lo que está sucediendo en la estación orbital, a lo que éste contestará: "Le diría que está pasando pero... no se si eso le aclararía lo que está pasando". La reacción de Clooney es exhibir una cara de palo casi cómica.

Ante la falta de datos, Kelvin decide ir en busca de la versión del otro tripulante de la nave, la doctora Gordon (Viola Davis). Ella le aclara enseguida, de forma enérgica, que no hay versiones que valgan. En el quicio de la puerta, que está casi cerrada, mientras se escuchan sonidos en el interior de la cabina, que solo pueden explicarse por la presencia de alguien dentro, le espeta que no tiene sentido hablar de lo ocurrido hasta que no le suceda a Kelvin también. Gordon es la antítesis de Snow. Si este muestra una indecisión que casi le paraliza en sus acciones, y hasta en sus razonamientos, aquella es pura determinación, aunque muestre el mismo desamparo ante lo que ocurre que mueve a la misericordia. Esconde en su habitáculo privado algo o alguien que no quiere que sea descubierto por el resto. Nosotros, los espectadores, tampoco llegaremos a  saber que es. Pero se trata de presencia que atormenta a la mujer, un horror ante el que se siente respondable, pero que trata de eliminar desde el primer momento.

La primera noche en la nave Kelvin sueña con su mujer. Es un flashback elegante que se mezcla con tomas de Solaris. Se nos sugiere así que el planeta civiente accede a la mente de los astronautas mientras duermen. Al despertar Kelvin descubre aterrado que junto a él, en la cama, yace su mujer somnolienta. Está confusa y su mente parece tener problemas para enfocar recuerdos y pensamientos, capacidades recien adquiridas. es un despertar a la jornada y a la vida al mismo tiempo. Porque no cabe duda de que no asistimos a una alucinación del personaje. Se trata de alguien real, cuyo físico, modo de comportarse y memoria coinciden con los de Rheya, la mujer de Kelvin, al menos con el recuerda que de ella guarda el psiquiatra. La reacción de éste al verla es violenta, impropia de alguien que se gana la vida tratando de sanar mentes alucinadas y enfermas. Decide matar a ese ser que no puede ser su mujer, pero que es imposible que no lo sea al mismo tiempo. Que interactúa con él y se comporta de forma coherente. Mientras la lanza al espacio en un bote de salvamento, al que le hace acceder mediante un ardid, aprovechándose del estado de candidez del ser recién nacido, el terror dibujado en el rostro de ella, su desamparo y soledad, la sorpresa de verse traicionada, se convierten en una herida en el alma de Kelvin, y que explicarán en buena medida su comportamiento posterior.

Así, tras volver a aparecer tras la segunda noche, Kelvin decidirá experimentar ese amor que quedó inconcluso allá en la Tierra, se aferrará a la idea de que ese ser o bien es su mujer o alguien que podría ser su perfecto sustituto. Se negará tajante a destruirlo cuando Gordon averigue un modo de hacer desaparecer a esos fantasmas corpóreos. La doctora lo tiene fácil, lo que convive con ella es solo una fuente de tormento. El niño de corta edad que deambula por la nave y que fue el visitante de Dr. Gibarian (Ulrich Tukur), el amigo de Kelvin, antes de su misteriosa desaparición, es un ser que no interactúa con la tripulación, una pérdida más que razonable. Snow, por su parte, no tiene visitante propio, lo cual es inquietante por momentos y hace que lentamente vaya germinando la sospecha en el espectador. Solo Kelvin se enfrenta a un verdadero dilema. Una realidad en la que esté presente un ser casi homólogo a Rheya es claramente preferible a una realidad carente de ella. El ser parece reaccionar ante sus sentimientos, corresponderlos. Es su mujer aunque no lo sea. La duda no solo escuece en el corazón de él. También en el de ella, que se sabe una aberración, algo que no debería existir. Que se sabe un ser imposible. Porque su mente es humana aunque haya sido moldeada por la voluntad de Solaris. Y si bien él es capaz de soportar ese tormento, porque lo que recibe a cambio es suficiente compensación, no es así para ella, que ama a su marido y no soporta la verdad de saber que no es Rheya, solo una sombra dibujada en la realidad por la memoria de Kelvin apovechando el foco de luz creador de Solaris. Es un espectro no un ser de carne y hueso.

Los temas centrales de la película se nos sugieren, se nos plantean y se dejan sin resolver. Lo cual no lo considero una carencia. Una película no es un tratado sino un artefacto para el entretenimiento. ¿Hasta que punto las personas que amamos devienen de nuestros anhelos o tienen una vida real más allá de nuestra mente? ¿En que cimiento se apoya la realidad? ¿Nuestros sueños son marionetas de nuestro subsconsciente o, por el contrario, somos nostros mismos marionetas de una realidad a la que jamás podremos acceder? Durante una de las noches el doctor Gibarian se persona en los sueños de Kelvin y siembra en su mente la semilla de la duda. ¿Quienes son los seres reales en la nave? ¿Hasta que punto tiene certeza de no ser una invención de Solaris? Las marionetas anhelan ser ellas las que manejen los hilos, en especial los que permiten sus movimientos. es fácil confundir deseo con realidad cuando la ansiedad lo desborda todo. Hay quien reprocha a Soderbergh el haberse centrado solo en la historia de amor entre Kelvin y Rheya, desdeñando otras líneas argumentales de la novela de Stanislav Lem y su primera versión fílmica de Andrei Tarkovsky, más sesudas o filosóficas ambas, más fría y angulosa la película. Y sin embargo me parece un acierto, ya que se nos describe un amor de arquitectura exótica. Un amor insólito, emocionante por momentos, pleno de desesperación y sacrificio. Sea cual sea su naturaleza, su razón de ser, su fuente primera, es un amor real, mensurable, predestinado porque tiene su molde en los recuerdos robustecidos por el mito de uno de ellos. Es sin embargo un amor incompleto, zurdo y no ambidiestro, porque se basa solo en un punto de vista. La desesperación de Rheya tiene su raíz en saber que lo que es no procede del alma de la persona a la que vuelve a encarnar, sino que es un mero reflejo en un espejo, los ojos de Kelvin que traspasan la realidad con la intención de recuperar lo perdido.

Hacia el final de la película decubrimos que Snow no es tampoco humano. Recién alumbrado a la realidad tuvo que enfrentarse a la visión inquietante de su doble, el Snow real, que aterrado ante su visión lo atacó con intención de destruirlo. Que matara a su progenitor, al ser a partir del cual fuera clonado, no fue solo una situación aterradora en sí, sino que se vió agravada por el hecho de que fue lo que le ocurrió durante su primer minuto de vida. Se entiende su hablar erratico, su comportamiento dubitativo y su pensamiento sin trayectoria definida. La narración abandonará a este personaje casi como a un juguete roto.

Solaris Theme por Cliff Martínez

La música de Cliff Martínez es portentosa, atmosférica. No en balde adquiere todo su significado y exhibe toda su belleza en las escenas en que vemos el planeta, con esos cordones de energía zig-zageando y culebreando por su troposfera, como si fueran las sinápsis de un inmenso cerebro que abarcase todo lo que es Solaris. La presencia constante del planeta en todo el desarrollo argumental nos lleva a plantearnos una hipótesis no tan descadellada. ¿Y si la influencia de Solaris fuera anterior a la llegada de la nave a su entorno? La estación espacial es absorbida por su atmósfera y entonces la historia se reformatea, dejamos de saber que es realidad y que no, si hay algo que lo ha sido en la trama desde que se inicio. En el último momento, ya de vuelta a la Tierra, que entendemos recreada en la mente de Solaris, Kelvin pregunta a Rheya si está vivo o muerto. Ella responde que la pregunta ha dejado de tener sentido. Solo importa que están juntos. Quizás para siempre y desde siempre. El amor perfecto que, claro está, solo puede ser imaginario, una mera ilusión y refugio de la realidad que arrecia fuera de la mente del dios loco que tuvo la osadía y la valentía de crearnos tal como somos, capaces de plantearnos preguntas, aunque sepamos que las respuestas solo podrán hacernos infelices.

1 comentario:

  1. Sólo vi esta película una vez, hace un montón de años. Y sin embargo, voy a buscar su ficha y dice que sólo es de 2002. La recuerdo con especial cariño porque fue una de las primeras que vi en inglés cuando me preparaba ya para irme de Erasmus.

    No me disgustó, pero fue una película extraña. Por aquel entonces las cosas tenían que tener una trama, un principio y un final. Y esta película no lo tiene, o al menos yo no se lo encontraba. Me acuerdo perfectamente de la sensación que me dejó cuando terminó. Pensaba "¿y ya está? ¿y esto cómo se responde?" hasta que, pensando y pensando, me di cuenta de eso que mencionas: que algunas películas no están para resolver la vida y las dudas de la gente, sino que son puro entretenimiento y quizá hasta 130 minutos de algo que no tiene que tener un sentido, una razón, una excusa (otra similar, aunque la temática no tenga nada que ver, es 'El protegido', que llegué incluso a repeler con los años. Y seguro que no era para tanto)

    Esta película es muy compleja, pero no hace más que reflejar cómo somos las personas y las ramificaciones de acciones, encuentros y desencuentros, cómo se enfrenta uno a su dolor... Casi todo el tiempo llegué a pensar que no estaban en Solaris (me preguntas hoy y no sabría decírtelo) y estaba convencida de que toda la gente con la que se encontraba a lo largo de la cinta no eran más que proyecciones de su personalidad, puntos de vista que él tenía y que podía ver desde fuera por el simple hecho de ser una persona que se gana la vida escuchando las cosas de los demás.

    No me creí la historia del amigo, porque me gustó más pensar que era un caso de 'solo ante la adversidad' o de 'yo contra el mundo que no entiendo' demostrando, al estilo Soderbergh que o te lo haces tú o nadie viene a echarte un cable (Michael Clayton, quizá también?)

    Soderbergh es un director que me gusta, he visto muchas de sus películas. Pero los Coen, por ejemplo, y como ya te dije, no me gustan nada y he visto las mismas o incluso más. Creo que en cuestión de directores no lo tengo tan claro. Quizá yo me fijo más en los guiones, por aquello de la deformación profesional. Si una historia es buena, da igual que te la cuente Ben Affleck. Si está bien escrita, da igual que tengas que soportar a Justin Timberlake en cada escena.

    George Clooney es un tipo que me cae bien. Me parece que su mejor papel es el de Syriana, otra que tampoco entendí tan a la primera como debería. No creo que sea ni buen actor ni malo, solo que a mi me convence y eso ya me sirve. En esta película me gustó, porque llegaba de otros papeles bastante opuestos y aquí se pudo ver que tenía algo más que una cara bonita.

    Esta pregunta "¿Hasta que punto las personas que amamos devienen de nuestros anhelos o tienen una vida real más allá de nuestra mente?" me intriga. Si algún día sabes la respuesta, dedícale un post. Lo merecería, y además serviría de doctrina para muchos.

    Tengo más curiosidades: ¿qué películas tienes previsto pormenorizar ahora? ¿por qué no haces esto con algunas series? Me gustaría saber qué opinión tienes de Rubicon y Sons of Anarchy. Dos que creo que, visto lo visto, te van un montón

    (no sé si me dejará comentar esta vez... cada vez que quiero decir algo es un lío!!!!)

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