sábado, 11 de diciembre de 2010

Nueve días

UNO

Azul y rojo es mi color, el color de tu falda y tu blusa de niña mayor. Una cinta en el pelo, y esas mechas rubias que te tiñeras entre castaños y oscuros.

La rebeca en el regazo y esa chaqueta de botones de ancla, parada y tan seria, con la sonrisa a flor de boca. Frente a la barra me bebo mi caña de un trago.

Mirar tu naricilla de perfil y tu carita toda mirada en la penumbra del cine cederte el brazo de la butaca por que me hacen gracia tus brazos cruzados para no rozarme. ¡No puedo darte tanto miedo!

Y, luego, una cerveza a medias que deja en tus labios besos de espuma, besos que yo le encargo para ti en silencio.

Un puñado de estrellas a un paso de tu casa. No puedo evitar entristecerme por mis manías de siempre. Pensando en la muerte y tú enfurruñada por oírme cosas tan tristes.

Al final te olvidas de quererme mientras te marchas, y un poema que escribiera para colar de rondón entre escritos menos graves.

Soñar contigo. Que estoy empapado de tu recuerdo y tu imagen chorrea de mí como gotas de agua.

Tarde. Domingo. Marzo de Carnaval.

1 de marzo de 1987 (sobre un día antes)


DOS

Ni siquiera las ocho y el cielo rebosante de luz. El día que madruga hoy más que nunca para dejarme esperarte bajo techo de claridad y así cobijarme con las horas más despiertas.

No quiero estudiar, ni ir a clase. Me fatiga la perspectiva de tener que dejarte.

A tu lado, en el jardín, frente a la barra del bar, en la que debería ser mesa de estudio. Y la gente extrañada de este mutuo encadenarnos el uno al otro.

El tórax de avispa rayado en amarillo y blanco. El jersey que cubre tu cuerpo delgado. Cada cabello perfectamente paralelo a los demás, eternamente cayendo hacia tus hombros para luego curvarse suavemente en el final. Siento deseos de apartarlos para ver tu cara y así lo hago bajo tu sorprendida mirada.

Mi novela descansa en tu regazo. Gafas de niña acorazan tus ojos contra el verano. Quiero serte satisfactorio, único, colosal, y una palabra en el nombre del otro se te escapa pulverizando mi encanto.

Escribir y escribir y mohines de tu boca a cada burla y el sol en mangas de camisa y el tiempo más cálido que es junto a tu alma. Yemas en ramas y ramillos preludian el retorno de la vida.

Asistir a la gemación del mundo. Primavera temprana.

3 de marzo de 1987.


TRES

Desorientado. Camino de la escuela. Solo parezco conocer los pasos mecánicos. Cansado de ir en direcciones que a ningún sitio conducen.

No estás. Es inútil fingir un encuentro fortuito por que faltas tú, y eras mi único público. Me arrastro como un guijarro que rodase cuesta abajo.

Teorema de la inexistencia. El algoritmo de cálculo mi pobreza de ti, mi miseria ridícula. Apenas puedo soportar las matemáticas. Y esa pesada que no para de preguntarme por mi oído malo.

Tratarte mal, gritarte casi y echarte en cara lo que no es culpa tuya. Por que son tantas las casualidades que me abruman: el vestido azul índigo de tu hermana, ese que sabes que me gusta, la trenza larga como un panecillo tierno, todos los saludos que son para mí. Y es que es tan fácil dejarse convencer por los sueños y luego tan alto el precio que hay que pagar por ello.

Una debilidad que tiene carita morena.

No puedo evitar comportarme como un bruto, dejarte plantada al pasar junto a la parada del autobús. Camino de casa me muero otro poco.

Enterrado bajo poemas y poemas. Y música que es rescatada de entre los trastos más polvorientos. La ventana abierta y la persiana ondeando a media asta. Apenas una migaja de día a través de los cristales.

La primavera sigue. Y no paro de preguntarme para que sirve tanta constancia.

4 de marzo de 1987.


CUATRO

No te tengo y es por eso que tu tardanza debería ser la más irracional de las muertes. Sin ti soy una fiera que solo vive a tu acecho.

La barbilla sumisa. La cabeza agazapada. Esa trenza diminuta entre florestas de pelo, la tusa enjaezada de un caballito de doma, crines morenas que una cinta engalanan.

Trotecillo inquieto, zapatos de medio tacón que, aun así, te me hacen muy alta. El camino de vuelta es tras tu estela, pero me cuesta seguir tu paso por que presiento la hora del desencuentro.

Almendros en flor para la más temprana primavera. Oliendo a miel y a pétalos blancos y un cielo a brochazos difusos y tenues. Me regalas el mordisco de una manzana, verde de sabia, y tus dedos evitan mis dedos como si mi tacto te amenazara. Es difícil compartir las cosas con manos tan huidizas.

Palabras que no me buscaran. Hablas y tu voz es para otro. Ninguneas mi atención como si yo no te interesara. Presiento que mi presencia te cansa como cansa lo que es conocido y no maravilla.

Un autobús te traza camino del infinito, hacia su casa. El vacío más denso. Punto cero. Un péndulo de a dos latidos por minuto, y un vivir tan ligero que multiplica mi peso.

10 de marzo de 1987


QUINTO

Colorear de bermellón el mapamundi de tus mejillas.

Mediodía de marzo. Zapatos planos con flequillo de cuero y andar sobre ellos toda la Castellana.

Todo el pelo peinado como una gran catarata. Mechones pardos que invaden tu cara como el romero y la jara el prado más bello. Echo de menos esa era dolo de coletas y trenzas lazadas.

Cota cero tus ojos y desde ellos escalar todos los lugares por los que transcurrimos. Agua que se dejase arrastrar por la corriente de esta calle-río.

Plaza de San Juan de la Cruz mientras que te amenizo con música de películas. “La leyenda de la Ciudad Sin Nombre” y un libro de Cortázar a modo de improvisada guitarra. Por que una sonrisa tuya redime de cualquier ridículo.

Plaza de Emilio Castelar cuando intento prender tu rostro de sonrojos y llamas. Antorchas que son como palabras y tu pudor inflamable. Luego rescoldos donde el fuego habitara.

Colón. Y caigo en la cuenta de que no he parado de hablar en toda la mañana. Cibeles para comprar pipas. Más tarde los cedros más altos, los plátanos gigantescos, Paseo del Prado, cocochas de truchas y el chocolate con sabor a coñac. No me cansaría nunca de charlar contigo.

Atocha es el momento de la liberación. Al fin solos, aunque nunca hemos dejado de ser solo nosotros. De repente los atajos, el calzado embarrado, la sed que jamás se sacia.

Abandonarte es como desandar lo caminado. Un circular que porta mis huesos. Llegar tarde, siempre llegar tarde. Ya han dado las tres y la comida esperándome fría.

15 de marzo de 1987.


SEIS

La imagen de ti que reconstruye el recuerdo.

Un patito feo de plumón negro y alas inquietas que semejan manos. In cisne de torpes caderas que aun no hubiese aprendido a caminar, con su pico rojizo a modo de labios de mujer y el penacho erizado para la lucha.

Unos detalles escogidos al azar de entre tanta maravilla.

Tus pocas palabras y tu fijo mirar, enfadada por que te hartan mis burlas y no sabes lo en serio que me tomo, que esa imagen de animalillo desamparado no es más que una forma inocua de poder encauzar mi ternura.

La falda plisada de pliegues redondeados, tus hombros tan estrechos que cabrían en un medio abrazo, la trenza medio deshecha y esa carita que es terreno prohibido, por que el que sea adorable tu varicilla no disculpa el que quiera confirmarla con el tacto de mis dedos.

Almendros con flores oliendo a miel, la sorpresa menuda de descubrir algunas de ocho pétalos. Maniatar mi pasión al contemplar como remueves el café y no dar crédito a los ojos por que tanta belleza medirse con una regla de métrica tan corta. Paseos, novillos, miradas que no se soportan,

Pocas cosas tal vez para quien no estuviese enamorado.

Domingo. Amontonando los trocitos de mi memoria que a ti aluden. Hojas de bloc emborronadas y tu nombre bajo el último verso de la última estrofa.

15 de marzo de a987 (sobre la semana que acaba).

SIETE

Golpes que impactan bajo la línea de flotación. Manos frías. Heladas tardías que vaticinan malas cosechas. Relictos al menos de lo que antes fuera una esperanza. Cipreses que retoman mi mirada de donde la dejara caída la mano de la tristeza.

No se que dice ese hombre canoso acerca de ceibas y genistas que la silla de castaño que me tiene en su puño es como si fuera el vórtice de un torbellino de silencio.

Te parezco raro. Otra vez tu alegría y mi aburrido abatimiento. No, no ha sido una buena idea preguntarme si he trabajado en la novela este fin de semana.

Marchar en una desventajosa huída. Y ese sándwich de jamón compartido que ahora juega a la petanca sobre el arenal de mi estómago.

Escribir. Un elefante de cartulina blanda, una sorpresa de roscón de reyes con forma de loro, un cubo de Rubik jamás resuelto. Extraños compañeros de depresión.

Se me hace necesaria una ducha para borrar tanto polvo.

16 de marzo de 1987.


OCHO

Como si no existiéramos. Hablándonos el uno al otro de nuestras realidades distantes, del nudo que no somos. Y sin embargo, la mentira tiene detalles tan convincentes. Tus ojos, por ejemplo.

Un té cada uno y cucharillas de plástico. Un ventanal a la primavera densamente poblado de acacias del Japón y gente de camina. Atrincherados a ambos lados de la mesa, preparados para el silencio de los corazones y sus espinas diminutas.

Los olmos despiertan. El sol más prometedor. Un aljibe para almacenar la luz y el gotear cantarín de tu palabra. Detalles tan convincentes que se diría que estamos vivos, aunque la realidad sea otra.

Te duele su ausencia y toda mi fuerza no te es bastante, esa es la única verdad que cuenta.

Ya no puedo evitar amarte.

19 y 20 de marzo de 1987 (acerca del 18).


NUEVE

Un desierto de ti. Para seis ya los días que carezco de tu mágica presencia, y los sueños que se hacinan como los sueños que jamás serán verdaderos.

La duda que no se desvanece nunca de amarte u olvidarte, y en medio mi torpe manera de hacer las cosas.

Poco más queda por hacer si no arrastrarme hasta que llegue tu cuerpo para dormitar ante mis ojos.

25 de marzo de 1987.

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