jueves, 9 de diciembre de 2010

El fútbol y sus aledaños (13) - Las dos caras del fútbol

Artículo editado originalmente en el blog de Omar Santana: http://www.contextofutbol.blogspot.com/
Cuenta Twitter de Omar Santana

Las dos caras del fútbol

No se a quien le oí hace poco que el Madrid, a pesar de su historia, tenía una grave carencia de victorias visitantes en grandes estadios, en sedes legendarias de equipos de renombre. Lo cierto es que no recuerdo haber visto demasiadas en mis bastantes años de fútbol. Quizás la que más impactó en mis retinas fue aquella en Old Trafford, en la que un Fernando Redondo desmelenado, a pesar del fijador para el pelo, apareció como por ensalmo en el medio campo del Manchester, muy lejos de su territorio natural, en el torno al banderín de córner, y tras un túnel de tacón, ejecutado partiendo de una posición dándole casi de frente al defensa, y tras recorrer el borde posterior del área una vez adquirida ventaja sobre su oponente, se plantó cerca del poste para poder dar el pase de la muerte a un enloquecido Raúl, que cabalgaba en persecución de la gloria aquella misma tarde. La quería a la voz de ya. El madrileño marcó el gol al trote y no paró de correr hasta lograr el reconocimiento de todo el Planeta Fútbol. Honor que alcanzó en uno de sus escenarios más míticos existentes, “El Teatro de los Sueños”, el de un Madrid que soñaba despierto e iba camino de la Octava.

Algunos instantes felices en territorio enemigo más podría recordar si escarbase con tozudez en el bancal de mi memoria. Es difícil por mi escasa capacidad para ordenar recuerdos. Cavo un hoyo y se vuelve a llenar de arena. Son muchos partidos ya en la playa del tiempo, muchos minutos con la vista en fijada en el rodar del balón por el césped. Así pues, asumiendo como cierto ese dato que he referido al inicio del escrito, que en realidad no es peligroso por que no resta elementos a la exhaustiva colección las copas que adornan las vitrinas del museo del Estadio Bernabéu, este año podrían haberse restado tranquilamente dos objetivos a esa lista de tareas pendientes: San Siro y el Amsterdam Arena. En este segundo estadio el Madrid ya logró una gran victoria hace ahora casi doce años, la más deseada en su historia seguramente. Ante la Juventus del mejor Zidane, al decir de todos los que les dolía al alma verle vestido de blanco impoluto. Pues más meritoria aquella gesta. Pero, como desveló Sanchís en una entrevista que escuché hace poco en la radio, aquella noche mágica los madridistas ejercieron como locales, ocuparon el vestuario reservado para el Ajax, así que no puede contabilizarse como victoria a domicilio, ni siquiera desde un punto de vista del protocolo.

Eindhoven y Amsterdam son las dos caras del fútbol. Aquella noche de semifinales de la Copa de Europa requerí toda la ayuda anímica posible tras ver perder a un Madrid imponente, con varias llegadas del Buitre y Hugo Sánchez plantándose solos ante el portero rival. Vaselinas que rozaban los postes por el lado equivocado, dominio infructuoso, calidad sin recompensa. Años después, en Holanda también, lo que ocurrió fue capaz de sacar a la calle a cerca de dos millones de personas. El balcánico más amado por el madridismo señalaba tras lograr el gol hacia el banquillo y corría como un poseso para poder abrazarse con Fernando Sanz. Este se lamentaba que la televisión no hubiera ofrecido imágenes de dicho abrazo, que poder revivir siempre que quisiera uno de los instantes más felices de su vida. Quien lo vivió está prendido de aquel recuerdo, lo lleva grapado al corazón, el gesto adusto de Pedjia mientras evita los abrazos de los compañeros, la eternidad de unos instantes, la brevedad de la gloria. Toda una vida buscando ese momento y, sin apenas capturarlo, tras otro momento igual de breve solo vuelve tan solo recuerdo, la habitación de la nostalgia, el desván de los cachivaches viejos que solo importan a quienes fueron sus dueños.

Las dos caras del fútbol. La primera vez en Eindhoven lo merecimos, el triunfo me refiero, y eso es importante. Más de lo que la gente cree. Merecerlo es una credencial, una instancia cursada a quien corresponde, una promesa de futuro, el primer paso en la dirección correcta. En la segunda llegaron los frutos. 15 minutos de zozobra, reconocía Sanchís en su entrevista. Luego una voz del sargento Hierro y a cavar trincheras. Cuando el contrincante es más poderoso, cuando tiene más fuerza y más empuje que nosotros, toca defender la posición. Cuando Illgner paro abajo el último chut de Davids, lanzado casi desde la línea de penalti, hasta donde había penetrado entre la defensa como cuchillo entre la mantequilla, muchos vimos la luz al final del túnel. Un subterráneo de 32 años de longitud. Todas esas oleadas caídas hasta lograr una cabeza de playa: el Madrid de Stielike y los García, el de la Quinta del Buitre de aquella noche en Eindhoven, todo ese sacrificio, la frustración de caer a menudo cerca del logro, cobraban sentido mientras Raúl daba capotazos toreros ante un público entregado que festejaba la Séptima en el Bernabeu.

Merecerlo es importante sin duda. Rara vez se obtiene un logro sin que previamente se haya producido al menos una tentativa infructuosa en la que cabe el respeto por uno mismo. Mijatovic se lesionó ligeramente en los días previos al encuentro, así lo desveló recientemente. Una pequeña rotura en el gemelo durante un entrenamiento, un percance que requería al menos 8 ó 10 días de recuperación a dos días vista del día marcado en rojo en el calendario. Amenazó de muerte a su preparador, Pedro Chueca. Una amenaza retórica, cariñosa, a decir de ambas, para que no divulgase esa información al cuerpo técnico y acto seguido se puso en sus manos para lograr una recuperación en tiempo récord. Nadie llegó a saberlo hasta que el dato dejó de ser relevante. Sin ese pequeño engaño jamás habría podido acceder a los instantes que culminaron y dieron sentido a su carrera como deportista. El mismo lo confiesa, lo asume con orgullo: “Soy el hombre que marcó el gol de la séptima”. Y esta pequeña anécdota, la minúscula rotura de fibras en el sóleo que hubo que ocultar llevando las medias altas en el entrenamiento de la víspera, se convierte en leyenda por que la empresa fue coronada por el éxito. Lo expresaba muy bien Stephen Zweig en su narración del descubrimiento del Pacífico. La partida de hombres desesperados y enfebrecidos que huían de la justicia y que comandaba Núñez de Balboa a través de la selva dejaron de ser proscritos, fugitivos, enemigos de la Corona en el instante preciso en que el conquistador vasco divisó la plácida lámina de agua de aquel océano inmenso. Son las dos caras de la vida. El éxito lo justifica todo, tal vez por que para obtenerlo haya casi siempre que merecerlo. Y merecer es la única ética válida en el mundo del deporte.


Este año, de vuelta a aquel escenario en que unos pasitos de ballet determinaron un encuentro, ha hecho falta sacar a flote lo peor de la raza periodística para poder afear una evidencia palpable, que el juego del Madrid llegaba a Holanda resplandeciendo por el camino, que parecían haberse abierto por fin las nubes que tenían el cielo de las ilusiones encapotado. En ese contexto el gol de Benzemá parecía como un rompimiento de gloria. No temo expresarlo así, ser tan excesivo en mis palabras, por que excesivo fue el fútbol desplegado en ese pase de Alonso desde campo propio, en la cesión de tacón de Özil sin dejar caer la bola al piso, en el remate del francés que entró en la portería rozando el tejado por abajo. Un disparo tan potente y certero que hizo saltar algunas tejas del alero. De nuevo Amsterdam nos ofrecía la oportunidad de disfrutar con la cara más hermosa del fútbol, la de la victoria, trascendente o emotiva la de hace casi doce años, contundente y exhibicionista, sin más importancia que la de resumir el compendio de méritos contraídos por el equipo a lo largo de la temporada y con los que presentarse ante el próximo rival el día del clásico.

Hace un año el Madrid mereció ganar en el Nou Camp. Una bolea magnífica de Ibrahimovic impidió siquiera un resultado a medias favorable. Habría podido ser también un magnífico precedente en vista de cómo se suponía que llegaba a Barcelona. Pero no hubo un desenlace acorde a los deseos y a las perspectivas. Nunca las evidencias fueron tantas para poder afirmar que nunca hubo opción alguna. Por evidencia ha de entenderse aquello que se presenta al entendimiento a través de la vista de forma tan contundente en la demostración de su veracidad que se convierte en una afirmación irrefutable. No habíamos visto jugar al Madrid contra el Barcelona todavía, tal vez eso sea lo único que pueda explicarlo. Nosotros fuimos eEl rival del que se deshizo con menos esfuerzo, al que apaleo de forma inmisericorde tras su renuncia a entrar en la lucha por no pisar ese campo de habas.

Cuenta Indro Montanelli en su “Historia de los Griegos” la suerte de la hetaira Friné. Por no rebajar el tono recatado de este escrito diré para aclarar que las hetairas podrían ser comparadas en ocupación y modos a las geishas japonesas. Mujeres para un fin en realidad, aunque también para el enriquecimiento espiritual del hombre, del cliente en este caso, que casi siempre se convertía en amigo. En una sociedad en que la mujer vivía confinada, en la casa paterna primero, sin recibir educación alguna, y en la conyugal después, sin apenas contacto con un marido, que apenas pisaba el hogar por que prefería relacionarse con sus conciudadanos antes que con su mujer casi analfabeta, una hetaira era casi una privilegiada. Ricas y educadas con esmero, hacían su fortuna gracias a su belleza, inteligencia y talento. No son pocos los testimonios de grandes hombres, ya sean políticos, literatos o artistas de entonces, que reconocen haber alcanzado algunos de sus mayores logros escuchando los consejos de la hetaira que frecuentaban. El caso más famoso es el de Aspasia, la hetaira que devino en concubina y consejera de Pericles, en primera dama de Atenas de facto. Una de las personas más inteligentes y sabias en la ciudad de la sabiduría y en una época que sobraba la inteligencia, en un tiempo en que habitaban aquella ciudad gigantes como Sócrates, Platón, Anaxágoras, Eurípides y tantos otros.

La hetaira Friné solía vestir sin apenas mostrarse, para hacer más deseable lo que trataba de alquilar. Pero una vez al año se bañaba en la playa desnuda y exhibía sin matices la mercancía ofertada, y toda la ciudad se agolpaba para verla. Para deleitarse los que más. Para estar al tanto de la noticia del día todos. Sus precios eran muy elevados. Quizás por eso, por querer el reembolso de lo invertido tras disfrutar de su compañía, uno de sus clientes la denunció por estafa, alegando que lo recibido no estaba en consonancia con el dinero dado. Aquel conflicto llegó a los tribunales y se convirtió en el máximo acontecimiento del momento. Friné contrató al mejor abogado que se podía encontrar en Atenas, Hipérades, que, la suerte nunca es mal recibida, era además uno de tantos de los que frecuentaban su casa. Nadie defiende mejor el honor de una dama que uno de sus enamorados. No iba de honor el conflicto, pero aun así puede aplicarse la máxima. No obstante, no hizo falta que su defensor usara toda su pericia ante los tribunales. Alertados los jueces que se aprestaba a exponer su principal prueba de descargo, le bastó descubrir uno de los pechos de su clienta para que la evidencia dejara claro que las acusaciones eran falsas. La decisión de los jueces fue rápida y unánime, aunque imagino que fingieron sopesarlo durante un rato lo suficientemente largo como para que aquella imagen irrefutable prendiese en la memoria. El seno de la hetaira fue el único testigo necesario para que su abogado ganara el pleito. Testigo mudo que habló con la máxima elocuencia. Descubrirlo se convirtió al mismo tiempo en la exposición del caso y el alegato final del abogado. Lo que a la vista resulta evidente no hay argumento que pueda rebatirlo o reforzarlo. Las palabras ni quitan ni añaden a lo que es evidente y se explica por si solo.

Unos días antes en Holanda era una evidencia que el Madrid era un gran equipo. El día del Nou Camp la evidencia era la contraria. Le bastó a Guardiola descubrir el velo que ocultaba la calidad de los que ahora son candidatos al Balón de Oro para forzar una conclusión unánime entre los aficionados, que son quienes en realidad son los jueces que certifican los méritos. En cambio, el velo que ocultaba las virtudes del Madrid quedó sin destapar. Esperemos que en el partido de vuelta la belleza que advertimos en el Amsterdam Arena no sea igual de timorata, que no quede oculta a nuestros ojos, que se muestre como evidencia o como verdad al menos discutible. Y sino una derrota que traiga consigo al menos merecimientos. Por que aquella noche no merecimos nada, y merecer es un primer paso ineludible, condición sine quanon para lograr un día el triunfo buscado. Son más de dos años ya y urge otra tarde de gloria o escribir una instancia a quien corresponda que esté por fin bien redactada.

Eindhoven y Amsterdam. Amsterdam y Barcelona. Dos segmentos geográficos con un extremo en común y cuyos extremos opuestos apuntan a direcciones simétricas forman un triángulo isósceles. Es mera geometría. Los manuales que tratan de explicar nociones básicas mediante argumentos sencillos suelen emplear el triángulo como una herramienta de enseñanza. A mi me enseñaron que el triangulo del fuego, las condiciones que permiten la declaración de un incendio forestal, lo forman el combustible, el aire y un foco de calor, cualquier procedimiento que pueda eliminar uno de esos lados del triángulo es capaz de apagar las llamas. El bate-fuegos se emplea para eliminar el aire en torno a la llama. La creación de fajas cortafuegos elimina el combustible y puede frenar el avance del incendio. El agua baja la temperatura del combustible.

El triángulo del éxito en el fútbol lo forman la calidad atesorada, un despliegue adecuado en el campo, y la entrega y el deseo de victoria. Difícil es que sin uno de estos elementos se pueda lograr el triunfo resonante. Ninguno pareció faltar en Eindhoven. Tal vez la suerte, que no parece una variable que resista muchos análisis por que es difícil sopesarla para obtener un valor concreto. En Ámsterdam, durante la final de la Champions League del año 1998, la entrega y las ganas de triunfo, la mentalidad colectiva, suplieron una descompensación en la calidad de los contrincantes. En el encuentro celebrado en el Amsterdam Arena de hace unos días no pareció faltar nada. Benzemá puso las ganas, y eso da una prueba de lo extraordinario del encuentro. Y sin embargo, una semana después hubo carencia de todo. Incluso la calidad se puso en entredicho después de tanto despropósito.

Este artículo en principio iba a tratar de describir lo vivido durante el encuentro de la penúltima jornada de la fase de previa de la Champions. Al demorarlo ex exceso y llegar el día del clásico perdió toda vigencia. Incluso el tono, que era triunfal en los párrafos esbozados, ha devenido en esta especie de queja cursada a no se sabe quien. Tal vez al equipo propio. Eindhoven y Amsterdam son las dos caras del fútbol. Barcelona es el espejo en que no queremos volver a mirarnos en lo que queda de temporada. Aun tenemos un cartucho en la recámara y un trecho suficientemente largo de temporada como para poder recabar suficientes méritos. Quizás haga falta buscar una habitación número 5 donde aunar voluntades, buscar una estancia que juegue el mismo papel que aquella en que durmieran, es un decir, Pedja Mijatovic y Davor Suker, y en la que se fueron reuniendo a lo largo de la madrugada el resto de jugadores. Veremos que cara nos ofrece el futuro, si la de Amsterdam o la de Eindhoven. Mientras tanto, vayámonos reuniendo todos los madridistas en una misma estancia, que la noche será larga seguramente.


Fuentes de consulta:

“Informe Robinson: Homenaje a La Séptima” http://bit.ly/g8Okm6
“Gol de Raúl a pase de Redondo en Old Trafford” http://bit.ly/YRAvk
“Real Madrid 1987/1988” http://bit.ly/h04Tty
“El campo de habas” (@Rokko69_RM): http://rokko69varikyno.blogspot.com/

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