jueves, 4 de noviembre de 2010

Sirenas varadas en archipiélagos de luz (7)

Sirenas varadas en archipiélagos de luz

-SIETE-

La locura era una posibilidad. Algún día arderían todas las húmedas hojas de otoño, la blanda hojarasca, el brezo marchito. Pero, hoy por hoy, la lluvia apagaba la voz del sol y la nada acechaba bajo el dintel de la puerta. Una pesada penumbra me flanqueó el paso al entrar en la biblioteca. Me senté junto a él. En mi sofá preferido.

- Siento haber tardado tanto. No quedaban cubitos de hielo en la nevera, así que me temo que las bebidas vana  estar algo calientes.

Tenía una expresión extraña en los ojos.

Supón que fuese Dios Todopoderoso.

- ¡Caray, Pablo! ¿Crees que dos inofensivas ginebras con limón van a hacerme caer en la blasfemia?

- Suponlo por un momento.

Bebí un sorbo largo de caldo de ginebra.

- Misión cumplida –anuncié jubilosos al tiempo que derramaba riendo parte del líquido sobre mi yérsey. Estoy seguro que con la dosis suficiente de alcohol hasta mi propia muerte me parecería un tema graciosísimo.

- Ahora imagina que tienes un deseo. Imagina que la soledad es demasiado penosa para ti, que no puedes soportarla. Que te abrasan todos esos momentos sin motivo. Por que eres de la opinión de que uno mismo ni puede ser el fin de la propia existencia.

- La verdad es que siento más frío que calor. La eternidad me provoca tiritona.

Logré que su seriedad se grietase en una delgada sonrisa, casi lineal. Labios sin color como neveros de hielo.

- Hay toda una eternidad sin voces, todo un infinito vedado a los cambios. Tu existencia es como un enorme osario de esperanzas.

-He inventado algo maravilloso llamado amor, pero el egoísmo es mi única posibilidad de practicarlo.

- Veo que vas entendiendo.

- No me es una situación tan ajena, después de todo. -Hice una pausa para remojar la garganta con alcohol de alta graduación-. Si supieras la cantidad de veces que me he sentido como un monarca, tirándole al destino de los bigotes, para más tarde descubrir que mi reino no era sino una enorme extensión de arena y que mis únicos súbditos y semejantes eran los alacranes del desierto.

A pesar de mis gracias el siguió, como si tal cosa, con su retahíla.

- Te urge compartir, reflejarte en el espejo que son los demás, poder contemplar la imagen de lo que eres en tu relación con los demás. Pero la soledad te lo impide; una soledad invencible, por que tú eres todo lo que es y, si no lo remedias, todo lo que alguna vez será.

- Las matemáticas están en mi contra: la suma de las partes nunca puede ser mayor que el todo. Es una situación inesperada, un callejón sin salida.

- No, hay una posibilidad. Una vía de escape, una opción de triunfo, pero que no se basa en logros, sino en renuncias.

-¿A que tengo que renunciar? Creo que cualquier precio me parecerá barato con tal de salir de una situación como ésta.

- A tu propio rango de Dios. Puesto que tu ser lo abarca todo, para crear a los demás deberás primero destruir una porción de ti mismo, renunciar a parte de tu sustancia. –Apuró su vaso de Cointreau. Parecía buscar en aquella pausa el tiempo y la fuerza necesarios con los que poder elegir cuidadosamente las siguientes palabras-. Pero aun hay más problemas. Eres consciente de que la simple escisión de tu ser en dos equivaldría simplemente a realizar una copia del modelo original; quieres vencer a tu soledad, no multiplicarla. Es tu vida el precio que has de pagar. El sacrificio de una muerte para engendrar lo vivo. Así qué, una vez que se inicie el proceso ya no podrás influir sobre él por que, sencillamente, estarás muerto.

- De modo que el Universo es como el embrión de un nuevo Dios por nacer, y el espacio y el tiempo algo así como el útero materno que lo alimenta. Un Dios en estado larvario que lleva en sus cromosomas, por así decirlo, toda la información genética de su progenitor, y que suma a las de éste la característica de la diversidad, pero que se encuentra dejado de su mano.

- De este modo el primer paso sería la materia, y los siguientes: la vida, la autoconciencia fragmentada en miles de pedazos y, por último, el ensamblaje de todas ellas en un ser único y plural.

- Me parece un proceso demasiado complicado. A mi modo de ver ese modelo de Universo necesita, más que ningún otro, de un Dios que haga las veces de tutor.

- Claro que sí. Pero ya te he explicado que te es imposible intervenir en él una vez que todo se inicie. Es por eso que tratarás por todos los medios de atar cabos sueltos, de anticiparte a cada una de las crisis que puedan surgir durante la verificación del proceso. La perfección debe llevarse hasta los más mínimos detalles. Cada una de las leyes físicas, cada una de las constantes universales, la relación entre las magnitudes de las fuerzas puestas en juego: la interacción fuerte que, gracias a su supremacía, dará lugar al átomo; la interacción débil y el electromagnetismo que, debidamente dosificadas, harán posible que la materia tenga consistencia; la gravedad que, con su engañosa debilidad, engendra las galaxias y hará que ardan las estrellas. El plan debe ser perfecto por que él es tu única garantía de éxito.

Traté sin éxito de asimilar todo aquel caudal de información.

- Pero -protesté-,  es que estás hablando de un mundo sumiso en el caos y abandonado a su suerte.

- Me parece que la descripción encaja bastante bien después de todo.

- Supongo que sí. –No quería que todo aquel asunto me llegara a desbordar, así que elegí la solución más fácil, la de tomármelo a broma-. ¡Brindo por el mundo! –Hicimos entrechocar nuestros vasos con tanto entusiasmo que casi provocamos su rotura. Por un momento quedamos sumidos en nuestros propios pensamientos. Como la ola que, después de batir con furia sobre la playa, es reclamada por el mar.

- Es el azar, yo lo llamo así, no se me ocurre otra forma de hacerlo, el que gobierna ese aparente caos. Un cúmulo de circunstancias, aparentemente sin relación, que van obligando a que se cometa cada paso. Y el azar, podo a poco, va siendo suplido por la cada vez más patente consciencia del nuevo Dios.

- El Big-Bang, el Universo inflacionario, el Big-Crunch: son el corazón de Dios dilatándose y contrayéndose en cada latido.

- Podría ser un modo correcto de explicarlo si no fuera por que Dios ya no está aquí.


Se levantó del sillón y se dirigió a una de las estanterías de la biblioteca. Tuvo que subirse a la escalera de mano para poder alcanzar lo que buscaba. Al regresar junto a mi llevaba entre las manos dos gruesos volúmenes primorosamente encuadernados en cuero.

- Me gustaría que les echases un vistazo.

El más grande se titulaba: “Cartografía de mundos imposibles” y el otro: “El libro de los lenguajes”.

- ¿De qué tratan?

- No lo se exactamente. Pero, más o menos, de lo que hemos estado hablando.

Como expresar la frustración que ahora siento al recordar el poco caso que les dispense, al pensar que una vez tuve en mis manos parte del Conocimiento y que lo rechacé.

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