jueves, 28 de octubre de 2010

Sirenas varadas en archipiélagos de luz (4)

Sirenas varadas en archipiélagos de luz

-CUATRO-

Era evidente que chapoteaba en dinero. Con un solo gesto, un fruncir de labios y un prácticamente imperceptible ladear de cabeza, logró que el encargado brincara a nuestro alrededor y se deshiciera en atenciones.

Nos condujo a un reservado en el segundo piso del establecimiento, el cual, en un primer momento, el cual, en un primer momento, me fue imposible de catalogar. Mientras subíamos las estrechas y empinadas escaleras le bombardeaba a preguntas. Parecía estar muy interesado, al menos un interés fingido con incalculable talento, pensaba yo, en los acontecimientos familiares más recientes, con su trabajo, en aquello que le había impedido frecuentar el club en los últimos meses. El se limitaba a contestar con monosílabos o, si no le era posible, economizando al máximo las palabras. Me parecía cruel tanto entusiasmo no correspondido.

El reservado en cuestión era una pequeña estancia en la que apenas si había espacio suficiente como para que cupieran una mesa baja de cristal y unas cuantas sillas; me recordaba a los palcos de los teatros pues, tras la barandilla situada en el lado opuesto al de la entrada, daba a una gran nave central de dos pisos de altura. En el interior podía verse lo que sin duda era una extensa pista de baile, ahora vacía, rodeada de unas cuantas mesas y sillas en su mayoría desocupadas. En el superior, al mismo nivel que nuestro reservado había una infinidad de palcos idénticos al nuestro.

- Hemos llegado demasiado pronto. Esto solo se anima muy de madrugada. A veces el jaleo dura hasta el amanecer. -Con la palabra jaleo parecía más estar haciendo una crónica de sucesos que proclamando su entusiasmo.

- Así estaremos más tranquilos. –El asintió dándome la razón. Echaba a faltar esa tensión y ese recelo que se supone inevitable entre desconocidos.

Comenzamos charlando de temas intrascendentes. Al cabo de media hora el manantial de trivialidades se agotado completamente. Ninguno de los dos éramos expertos en ese arte tan popular de hablar sin decir nada.

En un momento dado fue como si una nube negra tachara su mirada.

- Perdona que te haga una pregunta: ¿quién fue el realizador de “El tercer hombre”? –No era una pregunta hecha sin motivo.

- Carol Reed –contesté, intentando recalcar con mi tono de voz que no me molestaba en absoluto que me la hubiese formulado. Luego, añadí, como quien recita de memoria una lección de historia:- No obstante, hay quien opina que Welles no se limitó a actuar y que, al menos, las secuencias de la persecución final en las alcantarillas fueron realizadas bajo su dirección, como concesión por su participación en el film.

- Bien, bien. – Se masajeo la nuca lentamente. Luego capturó mi mirada con sus ojos, como si estos estuvieran imantados-. Esa era fácil. A ver ésta: ¿quién fue el director de fotografía?

- Robert Krasker. Al que, dicho sea de paso, porque mi intención es ir a por nota, dieron un oscar en 1950 por su impresionante trabajo en este película.

- Vale, vale –se disculpó riendo-. Siento haberte sometido a este mini-examen. De repente me asaltó la duda de que fueras realmente un forofo de “The Third Man”, como asegurabas antes. Pero ya veo que no mentiste.

- ¿Y, no se te ha ocurrido pensar que todo esto lo he podido leer en los títulos de crédito o en el programa de mano que reparten en los cines Renoir?

- Sí, por supuesto. Pero al haberlos leído se hace evidente, al menos, un cierto interés por tu parte, algo que como buen cinéfilo sabes que escasea. Además, confieso que a la salida del cine no pude evitar fijarme en lo enrojecidos que estaban tus ojos. –Calló por un momento. Luego, al continuar, su voz ya no era la de antes, sino más grave y aquilatada-. Siempre he admirado a la gente capaz de emocionarse ante la belleza. Quizás seas la persona que andaba buscando.

- Seguimos charlando durante horas y al acabar la velada los dos éramos ya de la misma opinión: era inevitable que nos hiciéramos amigos, por que ambos adorábamos el cine de Hawks, Lang, Truffaut, Ophüls, y por que esta admiración no tenía explicación alguna, eran axiomas del corazón.

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