jueves, 7 de octubre de 2010

El subsuelo de Madrid (3) - Mohacs

El subsuelo de Madrid
Mar Ago 24, 2010 12:19 pm


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1.- Mohacs, o donde empieza a desvelarse que atesora la Sala 58 de El Prado

Dicen que Mohacs tiene aun resonancias trágicas cuando se pronuncia su nombre en Hungría. En esta llanura, situada a unos 176 kilómetros de Budapest, un 29 de agosto de hace casi 500 años, pereció toda una generación de húngaros a manos de los turcos. Solimán el Magnífico aniquiló aquel fatídico día al ejército que se le enfrentaba. 21.000 hombres, incluida toda la nobleza, incluido el propio rey. Nada quedó después de aquello. Solo una mezcla de orgullo y tristeza. Y el vacío que deja la tranquilidad del deber cumplido cuando nada bueno nos reporta, cuando nos lo quita todo.

María quedó viuda del Rey Luis II de Hungría apenas con 21 años. Nunca volvió a casarse, tal vez por que los héroes que mueren jóvenes no pueden tener sustitutos en el corazón de quienes los lloran. Dedicó a partir de entonces toda su vida a ayudar a su hermano, el emperador Carlos V, a administrar sus vastísimos dominios. Gobernadora durante muchos años de los Países Bajos, su regencia significó el último periodo de paz para aquellos territorios, y el preludio de una guerra que duraría 80 años, y que tuvo ocupado a tres o cuatro generaciones de españoles. Queda la duda de saber si es peor perderlo todo en un solo día, o hacerlo poco a poco, mermando a cada minuto durante un periodo que parece interminable.

En su castillo de Binche colgaba este cuadro. Allí pudo verlo su sobrino Felipe II, uno de los mayores expertos de la historia de la pintura. De su sabiduría en estos asuntos es buena prueba que sus tres pintores preferidos fueran El Bosco, Joaquin Patinir y van der Wayden. Vió el cuadro y ya no cesó de solicitárselo a su tía. Finalmente, la obra viajó a España para naufragar en el último tramo de la travesía en barco que la transportaba, a un tiro de piedra del puerto. Tal vez tan solo para incrementar su leyenda y otorgarle unas gotas de divina impostura. Dicen que decían las crónicas que la recuperación de la obra fue tan inesperada y tan sorprendente, que solo cupo suponer la intervención divina.

Acabó de volver de El Prado y he comprobado como los años siguen hurtando tesoros a la sala LVIII. Primero fue “La fuente de la vida”, que algunos atribuyen a los hermanos van Eyck. Después la “Madonna de Rojo” de van der Wayden. Y en esta última visita hecho a faltar la “Adoración de los Reyes Magos” de Hans Memmling. Y sin embargo, la 58 sigue siendo el lugar más hermoso del mundo porque en su pared principal cuelga “El descendimiento”.

Los italianos tenían el secreto de la perspectiva, los nórdicos el de la pintura al óleo. Pintura bidimensional, y sin embargo en relieve, la tercera dimensión se despliega ante los ojos tras observar ese pliegue en los ropajes de la Virgen junto a los zapatos de Nicodemo. Dicen que el cuadro fue pintado con la ayuda intelectual de doctores en teología. Pintura con varias tesis, lo que primero llama la atención a quien la observe es la palidez de la Virgen. Y no es casual, por tanto madre como hijo permanecen muertos mientras el observador contempla el cuadro. Cuerpos que se extienden en paralelo y que participan del mismo sufrimiento, que comparten la pasión. No solo comprender el sufrimiento de quienes nos importan, sino dolerse con él. Ese es la primera tesis, la co-pasión de la Virgen. Un mismo sufrimiento y dos cuerpos que no se tocan.

Es importante la calavera a los pies de san Juan, a la que se acerca la mano de la Virgen, sin tocarla. Es importante por que nos representa a nosotros, nos convierte en un personaje más del cuadro. Puede trazarse una curva que vaya de su mano derecha a su mano izquierda, a través de su cuerpo, del arco de sus hombros. Y al final del trayecto descubrimos otra proximidad sin contacto, esta vez la de la mano del hijo. Nuevo recorrido a través del cuerpo del redentor, primero hacia arriba a través de su brazo derecho, y después hacia la derecha a través de su brazo izquierdo, y que desemboca en ese extraño personaje que yo siempre he visto como un ángel, incluso con alas de tela. Es crucial, por que todos los personajes del cuadro están identificados menos este. Encaramado a la cruz supone el final del viaje que conecta al hombre, representado por una calavera, con la cruz de la pasión. Ese es la segunda tesis, la participación necesaria de María en la redención del hombre, la co-redención. Sin ella no hay trayectoria hacia la salvación. Hay quien trata de ver en esto un larvado feminismo.

Nicodemo, el oficiante, ofrece el cuerpo de Cristo a los fieles que tiene a la derecha. José de Arimatea, María Magdalena y un tercer personaje cuya identidad desconocemos y que porta un recipiente, que los expertos no logran ponerse de acuerdo en si son los aceites y perfumes que representan la profesión de la mujer, o los útiles de quien dirigió la primera misa, la primera co-munión.

Todos lloran desconsolados, y se compadecen de si mismo, menos esa mujer vestida de verde que siempre me ha obsesionado. Su dolor es distinto. Llora por el Cristo muerto, no por si misma. Tal vez vea cosas que no son, pero esa mujer vestida de verde que, parece brotar del suelo como si perteneciese al Reino Vegetal, y que pospone su autocompasión para socorrer a su hermana mientras muere por unos instantes junto a su hijo, me hace tener algo de esperanza en el hombre. ¿Y si el color de sus ropajes no fuera casual?

¿Y que más decir? Cuadro detallista hasta la locura, dicen que las plantas que brotan de la tierra son descripciones dignas del mejor herbario de especies botánicas reales, cuyas propiedades aportan información adicional, que las cabezas, los pies y las manos de los personajes describirían en un pentagrama que se superpusiese a la imagen las notas de un Stabat Mater Dolorosa compuesto por un contemporáneo de van der Wayden. Yo me quedo con esa congruencia con que fluye la sangre de Cristo, hacia arriba la de la mano, hacia la derecha la de mos pies y en diagonal la que mana de su costado, pero siempre burlándose de la Gravedad. Y es que es sangre seca de la que solo se sabe su camino cuando se imagina la postura de Cristo en la cruz. Un prodigio. ¿La Goiconda? Anda, no me hagas reir.

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