martes, 12 de octubre de 2010

Dices tú de "Mili"...

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Miér Sep 08, 2010 1:25 pm

Dices tú de "Mili"...
Vie Jun 11, 2010 5:44 pm
Lugar: Versión 2.0

Diría que mi mili no fue muy buena, aunque tuvo muy gratos momentos. Alguno ciertamente surrealista. Narraré uno. El protagonista fue mi amigo Manolo. Natural de Lalín, aunque afincado en Madrid. Profesor de autoescuela. Solía apelar a su adhesión al Fútbol Club de Lalín, más que nada para provocar la sorna de un común amigo, y poder iniciar así una discusión, a las que era tan aficionado. Manolo era lo que en la “mili” se denominaba un “rebotado”. Recién incorporado a su destino, el mismo que el mío, concretamente el cuartel de Infantería de Marina que hay en la calle Arturo Soria, tuvo un altercado con unos veteranos por no reirles la gracia después de llenarle las sábanas de su cama de migas de galleta. Quien se quejaba de las bromas pesadas o no respetaba la máxima de que todos los privilegios eran para los veteranos y los deberes para los "pelusos", era declarado como “rebotado”, siendo alimaña objeto de caza a partir de ese momento.

Pensareis que tuve suerte al ser destinado a Madrid. Pues no. Acabé en una compañía de seguridad, haciendo más de 200 guardias al acabar el año de servicio. Los lugares en las que las hacíamos eran las bases de antenas de la marina, donde nos tenían recluidos 7 ó 15 días, durante los cuales entrabamos al punto cada 6 ó 4 horas, con otras tantas adicionales de servicio en el cuerpo de guardia. También hacíamos guardia en el Cuartel General de la Marina, el edificio que hay junto a lo que ahora es el Ayuntamiento de Madrid. Antes de entrar en materia daré un ejemplo de lo bien organizado que está este país. Coincidí en la mili, aunque llegara 4 meses despúes que yo, con un profesor de la Universidad Complutense, Doctor en Historia del Arte. Da la casualidad de que el Cuartel General de la Marina comparte edificio con el Museo Naval. Mi amigo Domingo pidió que se le destinara a esta institución, petición que de haberse aceptado hubiera supuesto que el museo habría contado gratis con los servicios de un experto, aunque hubiera sido para barrer las salas de exposición. Nunca le hicieron caso, dándose la paradoja de que montaba guardia en una puerta del cuartel que se situaba a escasos 5 metros de la entrada principal del museo.

En esa misma puerta apareció un día que estaba de punto mi amigo Manolo. Era un tipo divertidísmo, capaz de reirse en la cara de una persona sin que esta se diera cuenta. No se como lo hacía, pero era utilísimo para divertirnos a costa de los indeseables que pululaban por la compañía, y hasta de algún suboficial y oficial. Pues eso, apareció en la puerta y nada más hacerlo empezó a recriminarme mi desastrosa vida amorosa. Ni un hola, oyes, de repente urgía buscarme novia. Ahora no me acuerdo, pero supongo que en alguna noche de insomnio le narraría mis obras y pecados. “Algo tienes que hacer. No sabes tratar a las chicas”. Le di la razón, por que para mi las mujeres son artefactos peligrosísimos que no se pueden manipular alegremente. Hay que ser experto en la desactivación de explosivos como poco. Al lado de una mujer uno vive siempre en tierra hostil. A la larga es verdad que te vuelves adicto al peligro, como el pobre diablo de la película, y te reenganchas tantas veces puedes para ir a la guerra por que ya ninguna otra cosa te procura satisfacciones. “A ver, Felipe, ¿qué haces si una chica te gusta”. “Me fastidio”. “No, hombre tienes que atacar, así nunca dejaras de estar solo”. Esta conversación de tema tan marcial la manteníamos en plena Castellana, mientras yo atendía con la Star cargada y preparada para disparar a la seguridad del cuartel, donde residían y trabajaban más almirantes, jarrrr..., de los que se juntaron en la Batalla de Midway. Cuidadín. “Tienes que practicar. Venga, yo hago de chica y tu tratas de ligarme”. Y empezó a pasearse ante mi con la mano en la cintura y contoneando las caderas. Me pareció un objetivo muy poco apetecible. Pero es que ya podría haber sido la mismisima Halle Berry, en sazón en aquella época, que hubiera sido de locos seguirle el juego. “¿Tú estás gilipollas? ¿Quieres que nos caiga un paquete? deja de hacer el mari.cón de una vez que puede salir el teniente en cualquier momento”.

Aquel día nos tocaba el teniente guineano, sobre el que corrían multitud de chistes racistas. El más celebrado su gusto insaciable por los plátanos. Según lo escribo, después de más de quince años de aquello, me doy cuenta de que a lo mejor la bromaera incuso peor de lo que yo pensaba. El teniente no solía molestar a los que tenía de guardia. El problema es que no se le entendía cuando hablaba. Cierta madrugada mientras estaba de guardia se me acercó para darme instrucciones con su tono habitual entre molesto y cabreado. Puse cara de memo. Me repitió las instrucciones. Al cabo de unos tensos minutos vino Dios a iluminarme. Vaya usted a saber por qué me decidí a abrir la puerta que daba al exterior, la misma junto a la que se montaba guardia durante el día, pero desde el exterior, y parece ser que acerté por chiripa. Dios aprieta pero no ahoga, te manda un energúmeno al que no se le entiende a darte órdenes, pero te dota durante esos segundos de poderes extrasensoriales. Pues ante el puesto de guardia que comandaba el energúmeno, y del que yo era responsable en esos momentos, se contoneaba mi amigo Manolo mientras me llamaba guapo de forma pícara, como si fuera un travesti de la calle Ballesta. Era incapaz de darle un tono de autoridad a mis protestas por que me estaba muriendo de risa. La cosa fue a peor por que como yo no le entraba a él, Manolo se decidió a tomar una actitud más agresiva y ser él el que diera los primeros pasos en nuestra relación. Ese momento fue uno de mis mayores éxitos amorosos. En esas que apareció el Teniente en la puerta. Yo creo que nos debió ver a traves de la ventana que tenía en su despacho y que daba al Paseo de la castellana. Si nos riñió o no puedo dar pruebas ni a favor ni en contra, por que ya digo que jamás le llegué a entenderle una palabra, peor es de suponer que sí. Hubo que cerrar la discoteca que teníamos montada entre el edificio de la Bolsa y el que entonces era de Correos. Y juro por lo más sagrado (mi padre y Butragüeño, en ese orden) que en mi memoria está la imagen de Manolo entrando por la puerta al cuartel, pasando junto al teniente mientras movía el culo como si fuera una oca de ligoteo. Una oca hembra para más inri.

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